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10 de mayo de 2024.
Jimena está desanimada desde la desaparición de Pilu. La plataforma, el club y yo, hemos cerrado un acuerdo para la cobertura en vivo del evento. El Presidente y Coudert deben hacerlo público, a pesar de las tensiones.
En la misma platea donde aún se apila el andamio que sostiene el jacuzzi aquel (la única del estadio del Trueno femenino), el Presidente le enseña a Machado el segmento que todos, menos las jugadoras del Trueno, han visto.
Yo he conseguido verlo en ‘mi tienda’, la número 24, porque han instalado aquí un monitor como los de la unidad móvil. Para las despistadas, he transcrito lo más relevante a continuación.
La transmisión.
El rótulo pone: ‘Una gran celebración’. A mí, esto ya me suena sarcástico. Y eso que el evento recién comienza. Y luego: ‘Estudio en el Estadio’. El lugar desde el que se transmite.
‘Estudio en el Estadio’ es una tienda decorada con todo lo que se consigue en la sección de acampadas de un Decathlon. Lo sé porque yo he hecho las compras. ¡Ah! Y por las noches, es el lugar donde duermo y escribo: ‘mi tienda’.
Estoy a un escritorio junto al Presidente y a Coudert, cada uno frente a un micrófono. Y ahora no solo represento al Diario, también a la plataforma, que me ha contratado para hacer resúmenes y entrevistas.
“Las jugadoras del Trueno pasarán las vacaciones juntas en el estadio. ¿Una idea disparatada o una genialidad? La entrenadora del femenino subcampeón de la última liga y el Presidente del club están con nosotros para contarnos los detalles del evento”, digo frente a cámara.
Nada me atemoriza más que el hecho de que me apunte una cámara. Por eso he estado entrenando con Andrea durante dos días. Y ahora, que es ella quien me apunta, me tomo la transmisión como una continuación de ese entrenamiento.
Creo que sigo jugando bien mi papel.
Coudert y el Presidente se miran. Coudert le cede la palabra al Presidente con un gesto.
“Solo queremos convencer a Jimena de que se quede un año más en el Trueno. Y queremos darle todos los gustos. Por eso hemos transformado el estadio en un spa”.
“Y un camping”, agrega Coudert. A la entrenadora se la ve desganada, pero con la convicción de no dejarle pasar ni una falta al Presidente.
“Después de la controversia durante la última rueda de prensa, ¿cómo siguen los ánimos en el club?”, pregunto. Y puede que estas primeras preguntas suenen a mal intencionadas, pero están pautadas por Miguel y el Presidente.
Coudert vuelve a mirar al Presidente, como cediéndole la palabra.
“Los ánimos están muy bien. No hubo ninguna controversia. Tenemos diferentes visiones sobre el mismo tema. Pero hemos dejado atrás esas diferencias, como adultos, como profesionales. Y junto a la entrenadora hemos preparado este homenaje. Y Jimena está muy feliz con todo esto”.
A estas alturas todos hemos notado que Coudert mira al Presidente sin hacer muchos esfuerzos por disimular la indignación.
“Nosotros, gracias a la plataforma ‘ElArea’, cubriremos el evento desde aquí, una tienda más dentro del camping montado en el estadio del Trueno. Y emitiremos algunos fragmentos en directo, como si se tratara de un partido de fútbol. A catorce cámaras. Y una más solo para seguir a Jimena.
“Queremos que las socias y todos los aficionados del Trueno puedan acompañar al club durante este proceso de "seducción", dice el Presidente.
“Vamos a poder estar cerca de Jimena cuando tome la decisión, sea cual sea”, digo a cámara, en plano corto. Y ahora, mientras lo escribo muerta de vergüenza, me pregunto quién me ha mandado a meterme en esto.
“¿Quieren dar las buenas noticias?”, pregunto a los invitados.
“¿Entrenadora?”, dice el Presidente, sugiriéndole con el tono de voz y con la mirada que participe en la sección.
“Tendremos una sorpresa”, dice Coudert, con una sonrisa fingida. Y luego me mira para que siga yo con su parte del guión.
Tengo que espiar mi copia del guión para recordar lo que sigue: “el club está preparando una gala con un repaso por la historia del Trueno y de Jimena. Y habrá una invitada especial, ¿no es cierto?”
“No podemos contar más detalles”, dice el Presidente, jugando a hacerse el misterioso.
“No. No podemos”, dice Coudert, esta vez con una sonrisa honesta.
“Lo que sí podemos es enseñarles las primeras repercusiones entre las aficionadas del Trueno y de Jimena”, digo a cámara imitando el tono de voz de una periodista de telediario. Intrusión profesional de manual.
Aquí comienzan a aparecer algunas imágenes de archivo. En la primera es de noche, la cámara está frente a la puerta de la ciudad deportiva y apunta a dos aficionadas de unos 20 años que creo que están totalmente locas.
Entre las dos sostienen una bandera con los colores del Trueno y una frase pintada que no se llega a ver porque queda debajo del alcance de la cámara.
“¡Te queremos, Jimena! ¡Ídola!”, dice una de las aficionadas, de dientes grandes, que se vuelven gigantes cuando sonríe.
“Queremos verte jugar toda la vida”, dice la otra, que lleva como pendientes el escudo rojo y blanco del Trueno femenino.
Otra imagen de archivo. También de noche (a Andrea, la fotógrafa, y ahora mi operadora de cámara personal, le gusta más la noche que el día). Está en la puerta de una sala de conciertos del centro de Madrid.
María Marta, una cantante de boleros de cabello corto rasante y dorado, camina entre la prensa rumbo a su coche negro con cristales negros. Es un placer verla moverse entre periodistas, voluminosa, dramática, y muy ágil.
Un periodista - que no vale la pena mencionar, y espero que no vuelva a salir al aire - le pregunta “qué le parece el evento del Trueno y Jimena” con tono cínico y luego le extienden un micrófono que le pone casi entre las dos cejas.
María Marta debe detenerse. “A mí me parece un gesto hermoso, la verdad. Ya sea un homenaje despedida, o una carta de amor para que Jimena se quede, me hace mucha ilusión que se reúna esa otra gran familia que forman... Bueno, que formamos, las jugadoras y las hinchas del Trueno”.
Llega la última imagen de archivo, por suerte. Un Instagram Live: Eva, una diva de 22 años que viste Gucci, se graba con su móvil en su habitación. Las paredes tienen los colores de las tiendas en las que solo se venden golosinas.
“Aunque no todas las aficionadas están felices con el evento”, digo sobre la imagen. Y luego habla Eva, mirando a la cámara de su móvil como si estuviera hablándose al espejo y le gustara lo que ve.
“No se sabe nada de lo que sucede en el club. No hay una sola fotografía. Un solo vídeo. Nada. Y a mí, la aficionada número uno del Trueno, me han negado una colaboración para hacer ‘lives’ desde el estadio. Me parece todo muy confuso, y muy injusto”, dice Eva.
Más o menos a esta altura, el Presidente pausa el vídeo. Ahora recuerdo que desde las gradas se puede ver al completo el campamento montado en el campo de juego: con estos días grises, parece un refugio contra alguna peste.
“¿Lo ves?”, dice el Presidente a Machado. “Este evento ya no es más un disparate: ahora también es injusto. Eso lo hace real”.
Ahora la mira a los ojos: “Y los que no pueden estar aquí dentro se muere por saber lo que sucede”.
Machado asiente en señal de que lo entiende - aunque para mí, parece estar siempre pensando en otra cosa: en Jimena, probablemente.
“Por eso podemos pedir un buen dinero por la exclusiva. A ver si así podemos agrandar la platea de este estadio”.
El Presidente se asoma por la cornisa que da a la calle: se oyen cientos de aficionados fuera, como rodeando el estadio.
“Ahí está El Presidente”, grita una aficionada. Luego varias de ellas comienzan a cantar: “¡Presidente, Presidente!”
Machado está a punto de asomarse, por curiosidad, pero el Presidente la detiene cruzándole un brazo por el pecho. “Espera. Un ratito cada uno”, dice el Presidente, disfrutando los halagos.
Las aficionadas siguen: “¡Presidente, Presidente!”
La sonrisa.
Coudert aparece por un lado con la energía de tener un plan entre manos.
“Buenos días, Entrenadora. ¿Usted también quiere asomarse un rato?”, le pregunta el Presidente.
“Tengo que hablar con Machado”, responde Coudert con frialdad. No puede soportar estar frente al Presidente.
“¿Se ha visto en las noticias?”, pregunta el Presidente enseñándole el móvil.
Coudert niega, me mira. Pienso que espera de mí alguna alguna pista, y levanto los hombros para darle a entender que no tengo idea de lo que habla el Presidente.
Pero Coudert mira la grabadora en mi mano y luego cierra y aprieta los ojos. Entiendo que quiere que deje de grabar, así que me resigno a detener la grabadora, por solidaridad, pero sigo tomando notas.
“Sonría un poco más, Entrenadora”, le dice el Presidente en ese tono de consejo burlón que todas reconocemos perfectamente sin que yo tenga que elaborar mucho para describirlo.
Aquí tengo que hacer una salvedad. Coudert me ha pedido que no grabe, pero luego lo he hablado con ella y estoy convencida de que tengo que transcribir esta interacción completa aquí.
Sabemos que al Presidente se le da bien el juego de apariencias e influencias que hay detrás del fútbol, pero esto excede los límites y, según dicen, es más habitual de lo que cualquiera pensaría.
“¿Perdón?”, dice Coudert.
“¿De qué otra forma va a contagiar esa felicidad a sus jugadoras? La felicidad que todos tenemos que sentir cuando empecemos el streaming del evento”.
Coudert descubre mi mirada y la de Machado, y asiente enseguida, como aceptando otra orden injusta, pero rápido, para dejarla atrás cuanto antes.
“Quiero verla. La sonrisa”, dice el Presidente.
Coudert lo mira seriamente ahora. “¿Quiere verla?”, pregunta Coudert, para que el Presidente se escuche a sí mismo. Alguien ha dado en la tecla de encendido de aquel letrero de neón.
“Sonría para mí. Para nosotras”, dice el Presidente, lleno de sí mismo.
Machado mira al suelo, a cualquier lado, al campo de juego. Prefiere asegurar su continuidad en el club que solidarizarse con su entrenadora. Yo, como siempre, vuelvo con la mirada a mis notas, con la excusa de no interferir.
Coudert sonríe solo con la boca. Es rara la expresión, pero en sus ojos no hay miedo, hay obediencia, una obediencia con ella misma.
Coudert puede ser una madre misericordiosa con Jimena, con sus otras jugadoras, y es lo suficientemente generosa como para entenderme o perdonarme aquella traición involuntaria de la rueda de prensa.
Pero con las demás personas suele poner límites. Si con el Presidente no los pone, es porque la tiene cogida por los cuernos. Pero ahora mismo, siento que con su expresión cuenta algo más.
Cuenta que si tiene que pasar por esta situación, y frente a nosotras dos, lo hace con la convicción de que en algún momento se la va a cobrar.
Mi neutralidad solo tiene una explicación: soy cobarde.
“Hay que seguir entrenando”, dice el Presidente.
Ya sin sonrisa, Coudert le hace señas a Machado para salir.
“¡Las tarjetitas!”, dice el Presidente mientras le extiende unas tarjetas.
Coudert no se acerca. Las toma Machado para evitar que la escena se extienda aún más.
“Sigamos con el spa. Lo veo más conveniente para una estrella del fútbol que un simple camping”, dice el Presidente.
Coudert y Machado se alejan bajando las escaleras al campo de juego. El Presidente vuelve a asomarse por la cornisa.
“¡Que se asome Jimena!”, grita una aficionada.
El Presidente niega con el dedo y una sonrisa pícara.
“A Jimena, la ven por la plataforma”, responde.
“¡Devuelvan la luz!”, grita una persona.
El Presidente carraspea y se mete dentro.
El plan.
La tienda ‘Entrenadora’ es pequeña y el techo muy bajo. En una pared, un póster del club: una foto del equipo completo con Coudert sonriendo en el centro y la frase ‘Familia Elegida’.
Coudert tiene dos walkies, hace un ajuste en ambos y le extiende uno a Machado.
“Vamos a usar el canal 7, que está libre”, dice Coudert.
“Lo que no entiendo es por qué no quieres ocuparte tú misma de esto”, responde Machado, que no se distrae de la misión, pero tampoco quiere quedar atrapada en las movidas entre Coudert y el Presidente.
“¿No querías estar más cerca de Jimena? Es tu oportunidad. Ponlo en algún sitio que no se vea”, dice Coudert.
Machado se guarda el walkie en la chaqueta pensando "dónde está la trampa". Llega Zaramella, tosca, con algo de prisa.
“¿Qué pasa, Chari?”, pregunta Zaramella, sin poder dejar atrás el jadeo de haber llegado corriendo hasta aquí.
“¡Pasa!”, dice Coudert, seca de paciencia.
“Oye, la comida está fenomenal”, dice Zaramella por alagarla.
“Me alegra”.
Entra Vivas, despistada. Sonríe al encontrar la mirada de Zaramella. El lugar se hace cada vez más pequeño.
“¿Qué estamos haciendo?”, pregunta Vivas a Coudert.
“Pasa”, responde Coudert, cada vez un poco más fastidiada.
Se acomodan para darle lugar, Vivas queda junto a Zaramella.
“Huele raro aquí”, dice Zaramella.
“¿Qué dices?”, pregunta Coudert, como si su higiene hubiera sido cuestionada.
“Huele a cava”, responde Zaramella, siguiendo la broma.
Vivas se cubre la sonrisa y el rubor.
“A ver si se controlan un poco”, sentencia Coudert.
El silencio dura unos segundos al menos.
“¿Ellas qué vienen a hacer exactamente?”, pregunta Machado a Coudert.
“Van a ayudarte. Tienen otra relación con Jimena”, dice Coudert.
“¿Qué quiere decir eso?”, pregunta Machado.
“Historia juntas, nena”, responde Vivas.
Machado asiente al entender que no puede competir con eso.
“¿Entonces?”, pregunta Zaramella, ya con ganas de salir de allí.
“Para ahora tenemos algunas actividades, a ver si conseguimos sacarla de su tienda”, dice Coudert, señalando las tarjetas sobre la mesa.
“¿Hay noticias sobre Pilu? Eso podría ayudar”, dice Zaramella.
“No”.
“Se debe haber pirado esta”, dice Vivas.
Entra Fernández, saluda con la mirada. Se aprietan más.
“Siempre tarde”, reclama Coudert a Fernández.
“¿Noticias de Pilu?”, pregunta Fernández, indiferente.
“¡Que no!”
“Bueeeno. Tanto nervio”.
“Es raro. Ellas se entienden bien”, dice Zaramella.
“Pilu es la única que la entiende, la verdad”, agrega Vivas.
“No es la única”, repone Coudert, colmada los nervios y ahora también ofendida.
“Pero Jimena la respeta”, dice Vivas, y al acabar la frase ya está lamentando lo que ha dicho.
Coudert la mira y se lleva las manos a la cintura, herida.
“Digamos que la aprecia”, dice Zaramella para intentar calmar las cosas, sin mucho éxito.
“¿Sólo a ella?”, pregunta Coudert.
“No te pongas así, Chari”, dice Vivas. “Lo que queremos decir es que es raro. Estaba comprometida con esto”.
“Nosotras tenemos que seguir con el plan”, dice Coudert, tragando su orgullo ahora también frente a las jugadoras. “Cada cual con su parte”.
“Buenas noticias”.
Jimena está sentada a la cama con la chaqueta puesta y su bolso a un lado, como si estuviera esperando que alguien la recogiera o le permitiera irse.
Se pone de pie, extiende la cama y se sienta. Revisa el bolso, mira alrededor a ver si se está dejando algo. Se acerca a la puerta. Abre el cierre lentamente hasta que oye una voz al otro lado: “Jimena, buenos días”.
Jimena queda inmóvil. La voz continúa: “¿Necesita algo?”
“No, no”, responde Jimena.
“¿Va a querer la merienda?”.
“No, gracias”.
“De acuerdo”.
“¿Tú no te mueves de aquí?”, pregunta Jimena.
“Yo estoy aquí para lo que necesite”, responde la voz, orgullosa.
“Entiendo. ¿Todo el tiempo?”
“Todo el tiempo. Yo o Claudia, mi relevo. De guardia y a sus órdenes”.
“Entiendo”.
Jimena comienza a cerrar la puerta de la tienda y la guardia al otro lado completa la tarea.
“Para lo que necesite”.
“Ya...”
Jimena oye que alguien más se acerca a la tienda. Se sienta en la cama.
“¡Machado!”, dice la guardia con alegría.
“Encantada”, responde la voz de Machado.
“Yo soy muy fan del Lyon. Es un orgullo tenerla con nosotras”.
“¿Como va todo por aquí?”, pregunta la voz de Vivas.
Al identificarla, Jimena entra en pánico. Mira alrededor y comienza a desordenar la tienda: deshace la cama, vacía su bolso en el suelo, cambia las cosas de lugar.
“¡Bien! Pero no ha comido ni ayer ni hoy”, responde la guardia.
“¿Está despierta?”, pregunta Machado.
“Sí, sí”, responde la guardia.
“¿Se puede?”, grita Machado junto a la puerta.
“¿Quién es?”, pregunta Jimena, ganando tiempo.
“Machado. Y las chicas”.
“Tus compañeras”, dice Vivas.
“Las titulares”, completa Zaramella.
“Sí, pasen, pasen”, dice Jimena.
Jimena se mira la chaqueta, se la quita con prisa. Machado entra sonriendo. Apunta con el walkie en su bolsillo a quien sea que tenga la palabra.
“Tenemos buenas noticias”.
“¿Sí? ¿Sobre quién?”, pregunta Jimena.
Machado la mira sin entender. Entran Vivas, Zaramella y Fernández.
Vivas recorre la tienda con la mirada de fascinación de una niña en una juguetería. “¿Qué bonita, no?”
“Y qué grande”, dice Zaramella, también deslumbrada.
“Te la puedes quedar, si quieres”, dice Jimena a Vivas. “Podemos cambiarla, quiero decir”.
Vivas la mira procesándolo en silencio.
“¿No te gusta la tienda que te prepararon las juveniles, Capi?”, pregunta Zaramella.
“Me encanta. Lo digo por compartirla con vosotras. Para que la disfrutemos entre todas”.
Fernández tiene otro gesto en el rostro. Está desencantada. Mira la ropa de Jimena desparramada por el suelo, por la cama. “¿No tienes alguien que viene a arreglarte la habitación?”.
“Sí, pero estos días no ha venido”, responde Jimena.
“¿Cómo?”, interviene Vivas, indignada.
“Le he pedido yo que no venga. Pero puede volver, si queréis”.
Vivas y Zaramella no podrían entender jamás esa decisión. Y ahora mismo no están haciendo precisamente un esfuerzo por conseguirlo.
Jimena mira a Machado para intentar salir del brete: “¿las buenas noticias?”
Machado saca las tarjetitas de su bolsillo del pantalón. “Tenemos nuevas actividades programadas. De spa, sobre todo, Las actividades de camping están suspendidas. Pero si quieres, podemos pescar. Tú y yo”.
Jimena mira el suelo, otra vez.
Una señora robusta, toda de blanco, entra a la tienda empujando un carrito y sin anunciarse. La llamaremos Olga. No ha querido decirme su nombre real, pero llamarla señora de la limpieza, por algún motivo, me incomoda más que llamar guardia a la guardia.
Descubro muchas cosas en la convivencia con estas mujeres. No solo con las futbolistas. Ahora mismo, por ejemplo, con ‘Olga’ descubro que por muchos estudios y orientación progresista que tenga, yo también soy clasista.
“¿Algo para lavar?”, pregunta como en un trámite a todas a la vez.
Zaramella se huele la camiseta y se la extiende. Olga le señala el carro para que la arroje allí, no piensa tocarla. Vivas se quita las medias y también las arroja en el carro.
Jimena pasa con un gesto, pero Fernández recoge toda la ropa del suelo y la pone dentro del carrito.
“No, no, esa ropa está limpia”, dice Jimena.
“Tú no puedes usar ropa que ha estado en el suelo. Eres una estrella”, dice Zaramella.
“¡Llévatela!”, dice Vivas, y Olga sale.
Jimena se desinfla: sabe que ahora solo le queda lo que lleva puesto. Y si de veras pensaba marcharse y pasar unos días fuera, será más difícil ahora.
“¿Entonces?”, pregunta Machado.
“Pescar, ahora no me apetece, pero de spa, lo que queráis”, responde Jimena. “¿Tú quieres más jacuzzi?”, pregunta a Vivas.
“Yo quiero acostarme un rato en esta cama. Mira lo que es”, dice Zaramella y se arroja a la cama de un salto. Se acomoda, de lado. Mira a Vivas: “¿Prefieres jacuzzi o cama?”
“No sabría decidir”, responde Vivas.
“Qué flojas. Dos días durmiendo en el suelo y ya tienen problemas”, dice Fernández.
“Pruébala. No está mal”, dice Jimena a Vivas.
Vivas se sienta a la cama. Machado y Fernández también.
“¿Tienes tele?”, pregunta Machado.
“Pero solo pone el Especial. Súbele si quieres”.
Machado sube el volumen con un botón.
La pantalla está dividida en dos: ‘Estudios ElArea’, con un panel de jugadoras veteranas sentadas en semicírculo, y Larrea, de bigotes anchos, sentado al centro; y ‘Estudio en el Estadio’: conmigo y el Presidente al escritorio.
Otra vez tengo que explicar esto por arrojar un poco de contexto. El rótulo esta vez pone: "Especial Vacaciones: Jimena en el Trueno".
Por suerte me pusieron una comentadora deportiva en el estudio de la plataforma. Alguien que sabe de fútbol. Se llama Alina, tiene los ojos muy juntos, en realidad, la nariz y la boca también. Y es brillante en lo suyo.
“Yo no puedo creer estas declaraciones”, dice Alina.
“Soy un loco de los sistemas”. responde Larrea.
“¿Usted prefiere un buen sistema de juego a tener una campeona del mundo en su equipo?”, pregunta Alina.
“El fútbol ya no se juega como juega el Trueno femenino. Coudert está atrasada 10 años. El club tiene jugadoras muy buenas, pero ‘las históricas’ no funcionan para los sistemas de juego modernos”.
“Un poco de orden, por favor”, dice Alina a la platea, que estalla.
“Porque, si no corren, no la van a tocar. ¿Dónde está el enganche en el Trueno?”, dice Larrea.
“No juega con enganche”, responde Alina.
“Por algo la liga la hemos ganado nosotros y no ellas”, dice Larrea.
El público vuelve a estallar en quejas.
“¿Y a usted, la goleadora de la liga le parece una de esas jugadoras?”, pregunta Alina con una sonrisa incrédula.
“Jimena ha demostrado que es una excelente jugadora, una de las mejores del mundo. Pero se ha quedado antigua”.
“Es un provocador”, me dice el Presidente, a mí, en el Estudio en el Estadio, pero también a los espectadores, y a Alina.
“Le voy a dar algo a su favor”, responde Larrea al oírlo. “Machado, que ha llegado de rebote, es una buena incorporación”.
“Machado marca y define”, dice Alina. Y me enorgullece decir que ya sé lo que significa eso.
“Pero si el resto del equipo juega para Jimena, Machado va a terminar jugando sola”, responde Larrea.
El comentario desata más murmullos en el público del estudio, y consternación en el rostro de Machado.
Machado baja el volumen. Vivas tapa el televisor con una manta.
Jimena se sienta a la cama, mira a Machado, que se ha quedado entre avergonzada y triste.
“Este es capaz de decir cualquier cosa por un poco de atención”, dice Vivas.
Machado revisa las tarjetas. “Me gustaba la idea de pescar. Toda la idea de acampar, en realidad”, dice ahora mirando a Jimena.
“Seguimos acampando”, aclara Vivas.
“Es verdad”, reflexiona Machado.
“Hay que mantener el espíritu”, dice Fernández poniéndose de pie.
“¡El espíritu!”, dice Zaramella, como evocándolo.
Fernández hace un cono con las manos alrededor de la boca e imita el sonido de un pájaro. Ahora mira hacia arriba y repite el sonido, más alto esta vez.
Ahora todas excepto Jimena y Machado miran también hacia arriba. Y las paredes de la tienda comienzan a temblar, como si un viento fuerte soplara fuera de la tienda. Se oye un ráfaga de aire viniendo de todas direcciones.
“¡El espíritu!”, declara Vivas.
Zaramella toma a Vivas por los hombros y la recuesta en la cama. Hay risas de complicidad entre ellas. Quedan una junto a la otra.
“No me jodas”, dice Zaramella.
“¿Qué?”, pregunta Vivas.
Zaramella huele de cerca la cabeza de Vivas. “¿En serio te has echado cava en el pelo?”, le pregunta.
“¿Pero qué dices?”, pregunta Vivas, aguantando la sonrisa.
“¡Te has puesto cava!”
“No seas idiota”.
“Entonces no te lo has lavado”.
“Qué idiota”.
Vivas sostiene la mirada y la sonrisa, con el rostro ya pegado a las sábanas.
“¿Tienes cava aquí, Capi?”, pregunta Zaramella.
“No. Podemos pedir si queréis”, responde Jimena.
“¿A esta hora, cava?”, dice Vivas.
“Hay que ver si en otras partes del cuerpo también te sienta bien”, dice Zaramella.
“¿Sí? ¿Dónde?”.
Zaramella toca con un dedo las partes que describe. “En las cejas. Los pómulos. Los ojos. Las orejas”.
“¿Me vas a rociar los ojos con cava?”
Jimena las mira casi enfadada, o triste. “Ahora vuelvo”, dice, y acto seguido abre el cierre de la puerta y sale.
“¿Puedo ayudarla en algo?”, pregunta la voz de la guardia al otro lado.
Machado está por salir, pero Vivas la toma de un brazo. “Déjala respirar”.
Machado se acerca el bolsillo de su chaqueta a la boca. “Bueno, Chari. Al menos hemos conseguido sacarla de la tienda”.
Desde fuera se oye el mismo sonido que hacía Fernández, pero multiplicado por mil. Machado ahora se acerca sigilosamente a la puerta y la abre por completo, para que sus compañeras puedan ver lo que hay fuera: el camping, cubierto de tiendas, y ahora también de hermosos pájaros blancos piando.
Desde la salida de Pilu, las emociones se mezclan más que nunca en Jimena. Y ahora también se suma esta nueva sensación: la de no saber si estamos en el estadio o en la sierra, acampando junto a una laguna perdida.
Almendra Bernal