Si recién llegas a esta serie de crónicas, te recomiendo ir al índice para que puedas leerlas en orden.
Se oye la voz de una comentarista llegando desde todos los rincones: “es la primera vez en toda su carrera que veo a Jimena Hermida rendirse. Parece haber dado el partido por perdido antes de que llegue el final”.
Sus pies están sobre el césped, como siempre, cubiertos por las mismas botas con las que juega desde los 17 años. No consigue reconocer el estadio: es de noche, las luces de las plateas la encandilan y no dejan ver más allá del campo.
Quiere correr con todas sus fuerzas, pero se mueve en cámara lenta, como debajo del agua. Sabe que la portería rival está delante, que es allí donde tiene que ir, pero queda demasiado lejos, del otro lado del horizonte.
Patea el balón, pero apenas se mueve, como si estuviera frenado, como si empujara una silla en la arena, que a cada centímetro se entierra más. Mira hacia los lados intentando reconocer algo o entender lo que sucede.
“Jimena busca a sus compañeras para quitarse la bola de encima en lugar de empujar el juego hacia adelante. Así nunca llegará a la portería”.
“Mentira”, responde Jimena con la mirada, como si hablara a través de los ojos. Luego mira el marcador, y en lugar de números encuentra símbolos en movimiento imposibles de descifrar.
Este sueño recurrente lo he oído tiempo después directamente de Jimena. Lo pongo aquí porque es donde pertenece cronológicamente. Y porque explica una sensación difícil de transmitir de otra manera.
Quizás fue por la mezcla de emociones o por la bebida. Quizás representa la última liga, o tiene algo más por contar. Algo que aún no llega, y que no sabemos si llegará. Quizás es solo un sueño común entre las futbolistas.
8 de mayo de 2024 (el 7 de mayo después de las 12 de la noche).
Ya todas las jugadoras están en sus tiendas, incluida Jimena. Coudert cree haber cumplido su misión. Diario Semanal comparte la cobertura con otro medio, y pienso seducirlo para que no me aplaste.
La tienda de Jimena.
Es una réplica exacta de su habitación en casa de su madre. Los pósters de Ronaldo (el brasileño), las fotos con las inferiores, el mismo escritorio, el antiguo boli del Trueno, el espejo junto a la puerta.
Aquí, además, se oye un motor de nevera y todo está teñido por una luz roja. También hay más fotos de Jimena colgando en las paredes: entrenando, posando con Pilu, jugando en el estadio.
Jimena despierta de aquel sueño recurrente: casi no puede respirar atrapada en el mosquitero que rodea la cama. Se libera de la red como de una trampa.
Descubre la fuente de luz: un televisor encendido con una placa roja que pone "Especial Vacaciones: Jimena en el Trueno. Faltan 12:40:23".
Junto al televisor encuentra un refrigerador pequeño con puerta de vidrio y repleto de bebidas rojas. Lo abre y bebe una hasta el final. En el televisor comienza un anuncio:
Es de noche y Machado, con ropa de fiesta, está en la fila VIP de una disco. Machado dice a cámara: “la energía no solo la necesito para jugar al fútbol”. Bebe de la misma bebida roja que ha bebido Jimena. Un segurata la hace pasar.
En el televisor regresa la placa anterior; Jimena mira la botella en su mano y la deja a un lado, abrumada por la casualidad. Mira alrededor, pensando que hay alguien espiando, o que igual han puesto una cámara.
Intenta apagar el televisor, pero no encuentra el mando. Presiona los botones, pero solo consigue bajar el volumen. Intenta desenchufarlo: tira del cable, pero es demasiado largo y sale de la tienda. Se agobia.
Jimena se sienta en la cama y se mira al espejo, aún con la equipación del Trueno. En esa habitación, rodeada por esos pósters y por las fotos de la última liga, se siente de nuevo una niña. Una niña atrapada en su nuevo sueño.
Sabiendo que ya no podrá volver a dormir, coge la linterna y sale de la tienda siguiendo el cable.
La unidad móvil.
Parece que los sonidos no pudieran salir de aquí. La luz exterior casi no entra, y cada cosa está encajada al milímetro: los más de quince monitores, las mesas con botones luminosos y demás aparatos de utilidad incomprensible.
Dos técnicos hablan y se mueven como si estuvieran ensayando una misión a la luna. Coudert los observa junto a la puerta del cohete, aliviada, jugando con el megáfono.
Coudert ya se ha dado el gusto de decirle al Presidente que su parte estaba hecha, y a cambio recibió una palmada en el hombro. Es cierto que esperaba algo más, pero se ha dado cuenta de que “algo más” hubiera sido paternalista.
Así, con un gesto de gratitud, de “buen trabajo”, ahora se siente empoderada. Y además, el Presidente le ha acercado una silla y le ha dicho que descansara, que la necesita con energía para lo que sigue.
Frente a la primera hilera de monitores está sentada la Realizadora, de más de 40, con una camisa negra que no se quitará nunca (o igual tiene varias iguales) y unos auriculares con micrófono colgando del cuello.
Machado está a su lado, de pie, buscando algo en el panel.
“¿Dónde está Jimena?”, pregunta Machado.
“¿En su tienda?”, responde la Realizadora mirando a Coudert.
Coudert asiente, se lo toma como un halago.
“¿Puedes verla?”, dice Machado, sugerente.
La Realizadora gira su silla para hablarle de frente. “¿Tú eres la que ha venido de Francia para jugar con ella? Tengo colegas trabajando allí”.
“No miro los partidos”, responde Machado. Luego busca en todas direcciones al Presidente, que está hablando con dos ejecutivos, de menos de 50 años y saco gris, justo detrás de ella.
Machado se acerca demasiado al Presidente.
“¿Qué pasa?”, le pregunta el Presidente, alejándose un poco.
“¿No podemos ver a Jimena?”, pregunta Machado.
El Presidente mira a la Realizadora respaldando la pregunta de Machado.
“Nosotros transmitimos partidos”, dice la Realizadora con una sonrisa cínica. “¿O queréis un reality?”.
El Presidente levanta un hombro como aceptando la propuesta. “Yo no me negaría”.
Un ejecutivo se cruza de brazos pensando seriamente la idea.
“Al menos para saber si sigue allí”, dice Machado, como quitándose de encima lo que la tiene tan ansiosa.
“¿Y dónde va a estar?”, pregunta Coudert.
“¡Si no la vemos, no lo sabemos!”, dice Machado.
El Presidente señala un haz de luz fuera y todos se acercan a ver. La luz atraviesa la ventana opaca de la puerta.
“¿Le has dejado la linterna?”, pregunta Machado a Coudert.
“Sí. Era el plan”, responde Coudert.
El Presidente esconde a los ejecutivos detrás de la segunda hilera de monitores, la Realizadora apaga el tablero. La unidad móvil se transforma en una cámara oscura, pero el silencio es algo tosco.
Nadie atina a dar llaves a la puerta. La puerta se abre desde fuera: la luz fría del flash que entra abarrota el espacio. A través de la luz se puede distinguir una silueta que se para bajo el umbral de la puerta con los brazos en jarra.
“¡Ostras, Andrea! Se nos han adelantado”, digo en voz alta.
Sí, recién aquí he llegado yo al lugar. Todo lo anterior, otra vez, es una mezcla de lo que me han contado luego Coudert y Machado, y de mi propia imaginación.
Estaba nerviosa por el encuentro con el Presidente después de tantas idas y vueltas, e intenté una entrada que lo impresionara. Sé que cuando una persona lo impresiona con seguridad, con algo de carácter, enseguida la deja tranquila.
Avanzo a los monitores en medio de las protestas; me sigue Andrea, apagando el flash de su cámara.
“¿Qué haces aquí?”, me pregunta el Presidente.
“Nos perdimos buscando nuestra tienda”, respondo, cínica, o casi.
“Machado ha puesto la misma excusa”, me dice Coudert.
“Está mal señalizado”, responde Machado, defendiéndose.
El Presidente hace señas a los ejecutivos para que regresen.
Allí descubro a un “capo” de los nuevos medios. Así les llamábamos a los medios digitales en la carrera. Me acerco a él con toda intención de que me registre y me recuerde. Tengo que jugar bien este juego.
“¿Miguel Tabernero? Encantada”.
“Igualmente”, me dice sin interés.
Estoy feliz de haber tenido el coraje de entrar a la unidad móvil. Sabía que merecía la pena. Tengo que sostener el papel.
“Soy Almendra Bernal. Cubro al Trueno para el periódico del Ayuntamiento”.
“Qué bien. ¿Empezaron?”, pregunta Miguel mirando la cámara de María.
“Es solo una columna”, respondo. “Texto”.
“Tenemos que conversar de cualquier forma”, me dice Miguel.
“¿Sí?”, pregunto.
“Sobre derechos”, dice Miguel y hace señas a la Realizadora para que encienda los monitores. Y aquí, maravillada, o fingiendo estar maravillada, me acerco definitivamente al panel.
“¡Qué despliegue!”.
“Ya no más youtube a una cámara”, dice el Presidente. “Sin ofenderte, Andrea”.
Andrea responde levantando los hombros.
Andrea es quien grababa los encuentros del Trueno femenino que se proyectaban en la pantalla instalada en el parking para las aficionadas que se quedaban fuera del estadio, y luego los subía al youtube del ayuntamiento.
“La próxima temporada van a transmitir en vivo todos nuestros partidos de local. A catorce cámaras”, sigue el Presidente.
“Quince. Una para seguir a Jimena”, dice la Realizadora.
Parece que no soy la única que está aquí para impresionar.
“Dónde está esa cámara ahora, me pregunto yo”, dice Machado, la única concentrada en la verdadera misión.
“Con nosotros”, dice la Realizadora.
“¿Entonces?”, pregunta Machado.
“Podríamos ensayar ese seguimiento también”, propone el Presidente.
La Realizadora los mira saboreando la desesperación. Luego mira a Miguel.
“Mientras no se emita”, dice Miguel.
La Realizadora sonríe negando, se gira a los monitores.
“Mario, ¿puedes buscarnos a Jimena?”, dice la Realizadora a su micrófono. Luego mira al Presidente. “Si queréis verla, tenemos que dar alguna luz”.
El Presidente asiente, La Realizadora busca una carpeta.
“Claro, ¿sin luz cómo graban?”, pregunto a Miguel.
“El utilero se llama Paco, está en el canal 1”, dice el Presidente a la Realizadora.
“Solo hemos venido a presentar el material”, me aclara Miguel.
“Y a ponernos de acuerdo”, dice el Presidente.
“Y a ponernos de acuerdo”, confirma Miguel.
“La tenemos”, dice la Realizadora con la atención en sus auriculares. “Está fuera del campo”.
“Pero si lo he dicho”, se queja Machado.
La Realizadora dice al micrófono de los auriculares: “Paco, ¿puedes dar luz a la piscina?”.
Observo un monitor que se vuelve brillante de pronto: se ve a Jimena llegando a la piscina; mira la luz de la piscina, que ha encendido Paco, mira alrededor, se quita las medias.
“Está en la piscina, con sus peces”, digo sin mirar a quién.
Todos se reúnen frente al monitor, a mi alrededor.
“¿Es ella, seguros?”, pregunta la Realizadora.
Todos miran a Coudert, como si fuera la única que pudiera confirmarlo.
“Segurísima”, dice Coudert.
“¿Qué hacemos?”, pregunta Machado al Presidente.
El Presidente se cruza de brazos, mira a Coudert.
“Lo que haga falta”, dice Coudert.
El Presidente lanza a Coudert un gesto de aprobación y respeto que un día atrás no hubiera tenido con ella. Como si eso fuera algo que él mismo hubiera dicho. Y sabemos que se adora a sí mismo.
Yo sigo en mi nuevo papel, el de impresionar, pero pillo mi libreta para empezar a tomar notas. Lo más importante, Jimena se ha despertado, pero no se ha marchado. Parece que es Coudert quien tomará la iniciativa esta vez.
Almendra Bernal.