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Madrugada del 8 de mayo de 2024.
Jimena ha salido de su tienda, pero sigue en la ciudad deportiva, junto a la piscina. El Presidente está nervioso, pero Coudert parece tener un plan. Los medios (la plataforma y yo), lo respaldamos.
Los grillos cantan tímidos, el agua se mueve apenas. El cielo parece una fotocopia barata de una noche estrellada. La piscina de la ciudad deportiva está iluminada por dentro con unos apliques de LED sumergibles.
Jimena está sentada al borde, con las piernas en el agua y la mirada clavada en la superficie. Parece abstraída. Absorbida por un pensamiento denso, de esos que llegan trasnochando. Un motor eléctrico se detiene detrás.
La laguna.
“Con un poco de imaginación, parece una laguna pequeña”, dice Pilu.
Jimena descubre a Pilu a sus espaldas bajando de un carrito de golf disfrazado de barca. (Ya os contaré más sobre el carrito). Al verla, sonríe con los ojos desbordados de ternura.
Sin que Jimena se dé cuenta, Pilu acomoda una cámara junto al volante del carrito, apuntando a Jimena, para que podamos verla de cerca desde la unidad móvil.
“Me hubieras avisado y te traía”, dice Pilu, ganando tiempo.
“¿En tu barca que va por tierra?”, dice Jimena.
“La he puesto a 40 km/h”.
“Pero qué dices”.
Pilu se acerca a Jimena: viste ropa del club y carga dos cañas de pescar y una lata con carnada.
“¿Lo intentamos?”, pregunta Pilu. Seducir es lo suyo, y con Jimena se le da mejor que con nadie.
Jimena asiente. Pilu se sienta y le extiende una caña. Preparan los anzuelos, Jimena observa las piernas largas de Pilu.
“¿Qué?”, pregunta Pilu.
“Llevas el pantalón al revés”, dice Jimena.
“Con las prisas...”, se disculpa Pilu, levantando los hombros, y se pone en pie.
“¿Qué prisas?”, dice Jimena.
“Por venir aquí. A verte”.
“¿Y cómo sabías que estaba aquí?”
“¿Dónde ibas a estar?”
Pilu se quita los pantalones y los arroja a un lado. Jimena recorre las piernas de Pilu con la mirada y en silencio. Se miran y se sonríen. Jimena se sonroja; busca dónde posar la mirada para cambiar de tema, vuelve a mirar el agua.
“Una laguna de tu pueblo, parece. Artificial”.
Pilu se sienta junto a Jimena, Jimena se acerca más.
“Igual aquí tienes más suerte”, dice Pilu mirando la piscina.
Jimena respira profundo, mira al cielo.
La confesión.
En la unidad móvil, seguimos lo que pasa a través de un monitor: se ve el volante del carrito y, más lejos, a Jimena y a Pilu en la piscina, de espaldas. Se las oye a través de un walkie abierto sobre la mesa; a Pilu mejor que a Jimena.
“Solo nos faltan las estrellas. Eso sí que en tu pueblo lo tienen bien”, se oye a Jimena decir a Pilu a través del walkie.
El Presidente coge una tarjeta de visita de su billetera y se acerca al más joven de los ejecutivos. “Hable con este señor. Pídale de mi parte que corte la luz en el barrio. Me debe el favor”.
El ejecutivo coge su móvil y llama, se aparta para hablar sin molestar.
“Pero si cortamos la luz, ¿cómo seguimos?”, pregunta Machado, que no se distrae de la misión ni buscando modales, y siempre anticipa lo peor.
“Tenemos generadores”, dice la Realizadora, que al ver a todos tan nerviosos, transmite tranquilidad con su tono de voz.
Vuelvo a clavar la mirada al monitor y algo llama mi atención. De fondo veo a dos personas quietas, escondidas entre los arbustos que rodean la piscina. A sus lados, dos contenedores grandes.
“¿Y esto?”, pregunto a Coudert.
Coudert coge el walkie y se pasa a otro canal. “Verónica, las estamos viendo con la cámara. Salgan de allí”.
“No hemos terminado, Chari”, responde Verónica a través del walkie.
“Dejen algún pez y escóndanse”, insiste Coudert.
“¿Trucha o Lucio?”
“Es igual”, dice Coudert. “El más grande”, se corrige. Luego vuelve al canal por el que oímos a Pilu y deja el walkie en el centro de la mesa, debajo del monitor en el que seguimos la acción:
En el borde de la piscina, Pilu acomoda el pinganillo del walkie que lleva en la solapa de la chaqueta. Se gira hacia Jimena para provocar conversación.
“Yo tampoco podía dormir. Fue un año intenso”, dice Pilu.
“¿Quieres asustarme los peces?”, responde Jimena con la mirada en el agua.
“¿Ahora no quieres hablar?”, pregunta Pilu.
“Ya están las boyas en el agua”, responde Jimena.
Pilu desiste. Sostiene la caña entre las piernas y se recuesta sobre sus brazos. Mira la boya de su caña.
“¿Por qué nos gusta tanto la pesca?”, pregunta Pilu, ahora con verdadera curiosidad.
Jimena continúa en silencio. Pilu suspira, piensa que igual se está esforzando demasiado. Mira otra vez a su boya.
“Es el ritual”, responde Jimena, convencida.
“¿Tú dices?”, pregunta Pilu, sorprendida de que Jimena haya picado y obligada a tirar un poco de la línea.
Jimena ajusta su caña. “Es el ritual lo que echo de menos cuando no estoy pescando. Seguir las reglas, compartir los viajes con gente querida. Conocer nuevas lagunas. Estar aquí, presente. A la espera”.
Y sigue, pero como si ahora pudiera ver también el fondo de la piscina. “Creo que hay un punto en el que una puede olvidarse de las expectativas y disfrutar solo del ritual. Creo que yo estoy en ese punto”.
“No lo entiendo”, dice Pilu.
Jimena asiente, la mira a los ojos. “¿A ti te parece importante que hoy saquemos algo?”, pregunta Jimena.
“Con la suerte que tenemos últimamente...”, dice Pilu.
“¿Te parece importante?”, pregunta Jimena, esta vez seriamente.
“Siempre es bueno llevarse un trofeo. Un souvenir. ¿No?”, dice Pilu.
“Pues a mí hoy me da igual sacar algo o no sacar nada”, dice Jimena.
“No me jodas. Tú siempre quieres sacar el pez más grande”.
“Ya no. Lo que me importa ahora es lo que está pasando entre nosotras”.
Quizás es solo mi ambición por sostener el enigma de Jimena, pero para mí, aunque se la ve aliviada tras la confesión, en esta conversación está escondiendo algo que no se atreve a soltarle ni a Pilu.
Lo mejor de seguir esta escena desde la unidad móvil, en estas condiciones, es que empiezo a prestar más atención a su voz. Hay un tono que solo tenemos cuando decimos la verdad. Y hay otro, diferente, para cuando la fingimos.
También sucede con la respiración, tan ligada al ritmo del corazón. No sé si Pilu percibe lo mismo que yo, pero suspira como si entendiera que para Jimena las prioridades han cambiado.
Mientras pienso en esto, miro a Coudert un momento, y me devuelve la mirada como diciendo “a ver con qué sale esta ahora”; como si hubiera estado oyendo la conversación en mi cabeza.
“¿Te he contado la primera vez que fuimos al río con mi abuelo?”, dice Pilu a Jimena, y luego sonríe, evocándolo. “Encontramos un cangrejo. Yo estaba encantada. Era muy pequeña, y el cangrejo era tan hermoso”.
Pilu sigue, pero ahora mirando a Jimena a los ojos. “Lo pusimos en una caja de zapatos y lo llevamos a casa. Yo abría la caja cada día para verlo. Él estaba allí, sin siquiera saber lo que pasaba. Y yo tenía tanto miedo de perderlo, que no permitía que nadie se acercara a la caja. Nunca lo dejé salir”.
Coudert y el Presidente se relajan, disfrutan el alivio de tener a Pilu controlando la situación. El Presidente convida a Miguel una de esas bebidas rojas que están por todos lados y también bebe de una.
“¿Esto se podría transmitir?”, pregunta el Presidente a Miguel.
Aquí tengo que intervenir. No solo porque me he venido arriba, sino porque realmente creo que lo merecemos.
“Como parte de la cobertura del evento, en tal caso. Porque la idea ha sido mía y estoy aquí para eso”.
Andrea, la fotógrafa, sigue apartada, seria y de brazos cruzados. “Pero la cámara no es del Diario, ni del club, ni del ayuntamiento. Es mía”, dice Andrea.
“Tendríamos que ponernos de acuerdo entre todos”, dice el Presidente mirándonos a los tres.
“¿No deberíamos estar escuchando?”, dice la Realizadora, con Machado a su lado, con el walkie pegado al oído.
Se hace silencio y nos acercamos al monitor como si de esta manera pudiéramos oír mejor. El Presidente arranca el walkie de las manos de Machado y lo pone sobre la mesa para que podamos oír todos.
A través del walkie se oye a Pilu, emocionada. “Un día me di cuenta de que tenía que darle algo para comer. Abrí la caja y el cangrejo ya no estaba. Lo busqué por toda la casa. No apareció. Lloré una semana entera”.
El Presidente mira a Coudert, confundido, enfadado.
Pilu sigue. “Cuando pienso en eso, no puedo creer haber tenido a ese pobre cangrejo encerrado durante días solo para mi placer”.
“¿Es una metáfora?”, pregunta Machado a Coudert.
“Y se pone peor. Antes de morirse, mi abuelo me confesó que el cangrejo no desapareció. Lo había usado para hacerse una sopa”, dice Pilu.
En el monitor de la piscina, a través de la cámara de Andrea colocada en el carrito de golf disfrazado de barca, puede verse que Pilu se baja el cierre y se quita la chaqueta en la que lleva su walkie. Se acerca más a Jimena.
“A veces queremos conservar para siempre la felicidad que nos producen algunas personas. A veces, solo queremos usarlas”, dice Pilu.
Luego arroja la chaqueta a un lado y coge el rostro de Jimena. Le dice algo que no oímos, y que no he conseguido averiguar luego.
Jimena responde con lo que parece ser una pregunta.
Pilu tuerce la boca, le acaricia la nariz.
Se apagan las luces del barrio, de la ciudad deportiva y de la piscina.
En la unidad móvil se oye el generador eléctrico arrancando.
“¿Por qué no se oye?”, pregunta Machado a Coudert señalando el walkie.
Coudert es una estatua, la Realizadora sube el volumen.
En el monitor ahora se ven las luces del carrito de golf iluminando un camino de pavimento. El carrito se mueve a toda velocidad, cruza una verja.
“¿Qué hace?”, me pregunta Coudert.
Yo no sé qué decirle.
Se oye de nuevo a Jimena a través del walkie, porque está gritando: “¿A dónde vas? ¡Se ven las estrellas!”
El Presidente se acerca otra vez a Coudert, pero con el gesto y la mirada de siempre, muy diferente de los de recién. “A ver cómo arregla esto”, le dice por lo bajo, para que no oiga Miguel.
El Presidente hace una seña a Miguel y otra a mí, invitándonos a conversar. Se dirigen a la segunda hilera de monitores, yo me demoro en seguirlos.
Coudert toma asiento frente al monitor y abraza el megáfono.
Vuelve a oírse a Jimena gritando a través del walkie: “¡Pilu! ¡Pilu!”
Al ver el rostro de Coudert, la Realizadora apaga el walkie y el monitor.
“Si no encuentro mi cámara, me la vais a pagar”, me dice Andrea, y luego sale de la unidad, supongo que para ver por dónde se ha ido Pilu.
La Realizadora hace señas a Machado para que mire a Coudert, y Machado la descubre sentada encorvada.
“Yo estoy aquí para ayudar”, dice Machado a Coudert.
Coudert no responde. Está tan acostumbrada a hacer cosas impensadas para seguir compitiendo con el Trueno, que a veces no distingue los límites entre lo que es aceptable y lo que no lo es, aunque lo tenga de frente.
Se ve a sí misma en el reflejo del monitor apagado, blanca de preocupación. Como si también ella hubiera entendido que a partir de ahora forma parte de un juego más perverso que el fútbol.
Mi instinto tenía razón. El misterio de Jimena es lo que me ha traído hasta aquí, pero lo que sostiene esta historia, la verdadera protagonista, tiene un desafío mayor. Una transformación.
Almendra Bernal.