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5 de mayo de 2024, rueda de prensa postpartido.
Sala de prensa - Estadio del Trueno masculino, Carabanchel.
Fecha 30 de 30. El Trueno acaba de perder la oportunidad de ascender a primera. Coudert, la entrenadora, ha sacado a Jimena del campo dos minutos antes de acabar el encuentro. La prensa las espera en la sala.
Tengo de frente una pared de vinilo cubierta por una plaga de logos del ayuntamiento y otras marcas locales. Delante, una mesa ancha con un micrófono remendado en el centro y tres sillas de oficina.
Para mí, que nunca antes he estado en el estadio grande del club, sobreviene una sensación rara. Todo parece de otra época, de tiempos mejores. Pero a la vez cuesta mucho imaginar un tiempo mejor que este.
Ya ha pasado por aquí el director técnico del Atlético Madrid B, el equipo que esta tarde se ha enfrentado con el Trueno. La sala sigue desbordada de cámaras y periodistas. Las sillas no alcanzan para todos.
De pie y entre la multitud distingo a unas cinco aficionadas vestidas con los colores del club, enseñándose fotos en sus teléfonos. Parecen ajenas a todo dolor. Como disfrutando de un viaje que no termina en esta parada.
Hay una nube de murmullos que se puede palpar en el aire. Estamos esperando a la protagonista de la temporada. Y yo, tengo que hacerle una pregunta sobre su futuro, el del club y el del fútbol femenino.
Mientras espero, me asalta una duda. Sé que el Presidente le ha dicho a Coudert que deben retener a Jimena, pero sacarla del campo antes de que termine el partido no ha resultado bien, ni para la afición ni para la estrella.
¿Será que esa decisión de Coudert ha sido consultada con el Presidente? La entrenadora tiene autonomía en el campo de juego, pero el Presidente no estará feliz con las repercusiones, y eso puede agravar la tensa relación entre ellos.
La llegada.
“¡Ahí vienen!”, se oye al fondo. También hay algún grito. La ansiedad se apodera de la sala. Fotógrafos y periodistas se ponen de pie en la fila que tengo delante. Yo me pongo de pie para ver, y también el resto de la sala.
Coudert, que esta semana ha cumplido 55 años, rejuvenece cuando viste la chaqueta del club. Cruza la puerta y hace pasar a Jimena, con la misma chaqueta y el cabello húmedo.
Caminan hacia la mesa con el pecho en alto y la vista al suelo. Parecen dos letreros de neón recién apagados. La misma guardia que me ha reservado el asiento, de aspecto joven y rostro severo, cierra la puerta que dejan detrás.
La multitud en la sala intenta mantener la calma. Yo comienzo a hablarle de cerca a mi grabadora con la intención de soltar frases limpias, que luego no necesite editar. El resultado es irregular.
“Allí viene la entrenadora del Trueno junto a Jimena, para la más esperada rueda de prensa... del año. Caminan como en una procesión. Como una marcha a un confesionario público en el que esperan una redención”.
No soporto las metáforas religiosas, pero suelen funcionar bien. Y al ver ya de frente los rostros de las dos, ocultando la culpa, la penitencia interna, entiendo por qué funcionan. Pero me quedo con la metáfora de los neones.
Jimena y Coudert toman asiento mientras en la sala se llama al silencio. Coudert deja una carpeta y se acerca el micrófono. Aguarda a que el ruido se apague. A su lado, Jimena parece incómoda, busca dónde posar la mirada.
Los murmullos se disuelven.
¿Qué derrota?
“Buenas tardes. ¿Vamos directo a las preguntas?”, propone Coudert.
Pienso en dejar que algunos compañeros hagan las suyas antes de lanzar la mía, la pautada. Un periodista en primera fila levanta rápidamente la mano y comienza a hablar. “Chari, ¿algún comentario sobre la derrota de hoy?”
De repente, uno de esos neones se enciende de nuevo. “¿'La derrota de hoy'?”, repregunta Coudert mirando al compañero. Luego espera unos segundos antes de seguir, creando una pausa en la que se ha de pensar bien la pregunta.
Esto lo hace mucho la entrenadora últimamente, desde que han perdido la punta y tiene que salir sola a defender el equipo que ha construido. A veces busca que la prensa la trate con piedad, a veces busca lanzar un mensaje.
“Es doloroso quedar segundas por una diferencia tan ajustada. No voy a negarlo. Pero hoy también termina la temporada, y no hay que perder de vista todo lo que hemos ganado”.
“Hemos recuperado a Jimena en el equipo. Y Jimena es hija de este club, pero viene de ser campeona del mundo. Y ahora también es la goleadora de la liga”. Mira a Jimena sonriendo.
“Hemos pasado de la mitad de la tabla al segundo puesto, después de años luchando por esto. Y lo más importante, hemos recuperado la afición. A día de hoy, nuestro club tiene más socias mujeres que hombres”.
Jimena asiente sin soltar la mirada del micrófono.
“Todo esto no tiene precedentes para un club pequeño. Nosotras, hoy, celebramos esas victorias”. Coudert sonríe al darse cuenta de que se ha venido arriba; se oyen comentarios en la sala otra vez.
Coudert intenta disimular su rubor con un poco de decencia: “siempre lo digo: del desempeño al rendimiento, y del rendimiento a los resultados. Si conseguimos tener continuidad y compromiso, los resultados llegarán”.
No he levantado la mano, pero Coudert me da la palabra con un gesto y los compañeros de mi fila me miran esperando que abra la boca. Algunas cámaras se giran hacia mí, y nada me pone más nerviosa, debe admitir.
¿Será que después de todo el Presidente y la entrenadora han hablado de mi rol en la rueda de prensa y están de acuerdo en esto?
Pensaba esperar un poco más, pero tengo que reaccionar.
“Buenas tardes. Chari, acabas de hablar de 'continuidad'. ¿Hay novedades sobre la continuidad de Jimena en el Trueno?”, pregunto finalmente. Creo que esta vez la pregunta salió mejor de lo que esperaba.
La respuesta.
Coudert se acomoda el cabello en un tic nervioso. Se la ve incómoda, como cuando una se mete en un lío del que no sabe cómo salir. Poco tiene para decir sobre el tema, pero tiene la decencia de no salir en busca de ayuda.
No me gusta que me eludan, pero tampoco me gusta acosar a la única que pone la cara. No entiendo la situación en la que nos hemos metido. ¿Quizás Coudert sabía que tenía que darme la palabra, pero no sabía de qué iba la pregunta?
Jimena se apiada de las dos. Extiende un brazo y se acerca el micrófono. Conserva la serenidad: este neón no se enciende fácilmente.
“Buenas tardes. El resultado del Trueno en la liga y esta idea de seguir me toman por sorpresa. Me gustaría dar una respuesta sobre este tema, pero de momento, no… No puedo hacerlo”.
Coudert la mira, su neón se apaga de nuevo. Jimena le responde levantando los hombros, pero con toda franqueza.
La emboscada.
El Presidente aparece por un lado de la mesa soltando un “¡buenas tardes!” que deja duros a todos los allí presentes. Incluso a mí, que no le había visto. Invade el escritorio como si el director de un instituto se colara en una clase.
Coudert y Jimena lo miran en silencio, procesando lo que ocurre; Coudert se pone de pie para saludarlo. No puede evitar enseñar su preocupación. “Presidente. No lo esperábamos”, dice Coudert.
Jimena asiente y lo sigue con la mirada; el Presidente le da la mano, Jimena se pone en pie. El espacio entre la mesa y la pared de fondo es pequeño, acomodan las sillas como pueden para darle paso.
Coudert le cede su asiento, pero el Presidente aprovecha para sentarse en el de Jimena, frente al micrófono. Se acerca el micrófono y se cruza de brazos.
“Bueno, yo quisiera intercambiar algunas cosas con la prensa. Las dudas de Jimena sobre su continuidad en el Trueno me ha sorprendido tanto como a todos los aquí presentes”.
Jimena y Coudert se miran sin poder creer tamaña emboscada. No soy capaz de describir mi propio rostro, pero imagino que se ve igual que el de ellas dos: una mezcla de confusión y espanto.
“Por eso yo quiero decirle a Jimena que así como el año pasado, cuando tuve que ir a Francia a hablar con ella para conseguir darle la oportunidad de que se retire en este club, que es su casa, en el convencimiento de que era lo mejor para el Trueno, hoy yo sigo pensando que el año que viene seremos más competitivas si Jimena se queda con nosotras, y podremos luchar de nuevo por el título, quizás con más suerte que ahora. Y en esto seguramente la entrenadora me acompaña. Así que, si hay algo que el club pueda hacer para que te quedes, yo estoy aquí para asegurarlo, porque como máxima autoridad del club lo puedo comprometer”.
Silencio.
Jimena bebe agua para no tener que hablar, pero sus ojos lo dicen todo: se siente extorsionada. El Presidente pone el micrófono frente a Jimena sin dejar de mirar a la prensa.
“Está bien, yo le escucho”, dice Jimena al micrófono.
El Presidente retoma el micrófono. Jimena lleva sus manos a las rodillas para detener el temblor en sus piernas. Mira a Coudert, que está perdida. “Haz algo, Chari”, le dice Jimena.
“¿Qué quieres que haga?”, responde Coudert.
“Pero tienes que aclararlo. Porque los hinchas del Trueno merecemos tener la situación clara”, dice el Presidente, y luego toma un brazo de Jimena.
Jimena vuelve a beber agua: se quiere meter dentro del vaso.
“Tienes que explicarles a las socias por qué quieres dilatar esta decisión. Así yo también termino de enterarme”. El Presidente termina y le pasa de nuevo el micrófono a Jimena.
“Yo ahora tengo en la mente pasar las vacaciones con calma. Recién en el vestuario se me ha hecho esta propuesta de seguir, pero tengo que poder pensarla con tranquilidad”, dice Jimena. Ahora es ella la que empuja el micrófono hacia el Presidente.
“Tú no entiendes que hay mucha expectativa de parte de las socias y de tus compañeras sobre tu continuidad. Si tú realmente quieres tanto a esta institución que tanto te ha dado...”
El rumor de la sala se hace más fuerte y cobra el tono del escándalo. El Presidente mira a Coudert, que levanta los brazos para calmar los nervios. “Está bien. No, no exageremos” dice Coudert a la sala.
Jimena continúa, ya sin el micrófono. “Voy a esperar al 30 de agosto para decidir si renuevo el contrato o si me retiro del fútbol, ya está”.
“¿No hay una manera de convencerte de que lo renueves ahora?”, pregunta el Presidente, hablando al micrófono y mirando a Jimena.
Finalmente, el otro neón se enciende y hace cortocircuito. “No, no. Ya está. ¿Qué es esto?”, dice Jimena. “Me voy”, completa mirando a Coudert. Se levanta y camina hacia la puerta.
Las cámaras de TV y los móviles de los periodistas la siguen por la sala.
“No, no, no. Tienes que aclararnos. Es por el bien de la familia del Trueno. No corresponde lo que estás haciendo”, dice el Presidente.
Jimena intenta abrir la puerta, pero no abre. Mira a la guardia, a un lado. “¿Qué hace la puerta cerrada? ¿Me abres, por favor?”, le dice Jimena.
La guardia junta las manos, mira al suelo; mira al Presidente, como esperando órdenes. Se acercan a Jimena dos aficionadas de unos 20 años, con el mismo corte de pelo que la estrella; una de ellas lleva un móvil entre manos.
“¿Una foto, Jimena?”, pregunta la del móvil.
Jimena las mira, confundida. “Rápido”, dice con un suspiro.
Una aficionada la rodea con un brazo, se lleva el dedo índice a la sien; mira a Jimena, que se da cuenta y también se lleva el índice a la sien. La otra aficionada les hace una foto con el móvil.
“Presidente”, dice Jimena alzando la voz.
Mientras tanto, las aficionadas cambian de lugar: ahora es la otra quien rodea con un brazo a Jimena mientras su compañera les apunta con el móvil.
“¿De verdad está pasando esto?”, pregunta Jimena.
“Venimos de tan lejos...” se justifica una de ellas.
Luego del flash incómodo, Jimena se aparta.
“Presidente, por favor”, repite Jimena, ya con los brazos en jarra. “¡Chari!”, dice buscando apoyo en la entrenadora.
“Presidente, por favor”, dice también Coudert, con tono de indignación.
“¿Me dejas salir?”, pregunta Jimena a la guardia.
“Sí, por supuesto”, responde el Presidente al otro extremo de la sala, dándose por fin por aludido al ver los rostros incrédulos de los miembros de la prensa.
Claudia asiente y da llaves a la puerta. Es Jimena quien la abre. Sale negando y sin mirar atrás.
“Bueno, lamento mucho no haber podido aclarar este tema”, dice el Presidente otra vez hablando al micrófono.
La sala se llena de comentarios.
“Si ella no quiere renovar ahora...”, dice el Presidente y carraspea. “Pero la realidad es que el club hará todo lo que haga falta para que Jimena se quede”.
El Presidente mira a Coudert, Coudert asiente. El Presidente le señala el micrófono, Coudert lo toma y se lo acerca.
“Necesita vacaciones, ha sido un año intenso. Ir a pescar, la relaja”, dice Coudert.
El Presidente niega. “Hay que tranquilizar a las socias”, dice a Coudert, lejos del micrófono.
Los ojos de Coudert no pueden esconder la vergüenza. “Las socias tienen que estar tranquilas. Vamos a hacer lo posible para que Jimena se quede”.
“Lo posible, no. Lo que haga falta”, la corrige el Presidente.
“Lo que haga falta”, dice Coudert.
Me quedo sin palabras. Al ver así a Coudert, su rostro, sus ojos, me siento víctima y partícipe de esta emboscada. No sé si el Presidente tenía pensada o no una extorsión como esta, pero me sabe fatal. Me siento usada.
Tengo en la grabadora los sonidos y conversaciones de los siguientes 8 minutos, desde que Jimena deja la sala de prensa y hasta que me doy cuenta de que ha quedado grabando y soy la única que queda en la sala.
Se oyen conversaciones, al Presidente saliendo, unas aficionadas acercándose a Coudert, y luego una jugadora haciendo lo mismo y sacándola de allí. Se oyen sillas moviéndose, y a la guardia echándonos.
Hoy, a cinco semanas del último partido de la última liga, de esa pregunta en la última rueda de prensa, seguimos en el estadio del Trueno. En el pequeño, el de la sección femenina en la ciudad deportiva de Carabanchel.
La parte que sigue es la historia de estos días en el estadio. Los intentos del club por convencer a Jimena de que renueve, y los míos por entender mejor quién es este personaje tan magnético como misterioso.
Almendra Bernal.