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5 de mayo de 2024,
Estadio del Trueno masculino, Carabanchel
Dos semanas atrás, en la fecha 28 de 30, el Trueno empató 2 a 2 con el Osasuna B, y el Madrid B ganó por un gol al Atlético Baleares, convirtiéndose en puntero nuevamente. Desde entonces, solo la entrenadora del Trueno responde a la prensa.
Ahora las jugadoras recuerdan aquel optimismo de ser líderes de la tabla con pudor, casi apenadas. Sobre todo cuando oyen hablar al Presidente, el único que parece no haber despertado del sueño.
Pero para el Presidente todo se trata de un juego, y esto también. El juego que se juega en el fútbol cuando ya no se puede jugar en el campo. Un juego de apariencias y de palabras. Un juego de influencias al que le gusta jugar.
Si hay algo que he estado esperando desde el momento en que me asignaron cubrir el regreso de Jimena, fue algo así. Una trama que trascienda lo deportivo, los datos, las historias personales. Y estoy a punto de tenerla frente a mí.
La previa.
Durante las últimas dos semanas, jugadoras, cuerpo técnico, directivos, socias, y hasta una aficionada han pasado por la oficina de presidencia en el estadio del Trueno. Todos excepto Jimena (ya era tarde para un plan B).
De esos encuentros a puerta cerrada y ese juego de apariencias y palabras surgieron varias frases. Una en particular - muy evidente - fue pronunciada por lo bajo y en un tono casi desesperado: “tiene que quedarse”.
Fue en reunión con Osorio, el tesorero del club, cuando repasaban el balance del año, que todavía echaban a mano, con boli negro y rojo. El Presidente se convenció de que a Jimena no podía dejarla ir. De que algo tenía que hacer.
La estrategia.
Lo primero fue pasar el último partido de la liga - que jugarían como locales - al estadio de la sección masculina. Catorce mil setecientas butacas - doce mil butacas más que el estadio de la sección femenina. Butacas que “se venden solas” porque puede ser el último partido de Jimena en el Trueno.
Lo segundo, impedir que ese sea el último partido de Jimena en el Trueno. Por eso repitió la frase en el despacho que le han montado a Coudert, la entrenadora, en una salita junto a los vestuarios de mujeres.
Allí, bajo la convicción de una persona más acostumbrada a las adversidades, aquella frase aguardó pacientemente a que llegara el partido que se ha jugado hoy. El último de la temporada.
No se puede decir que Coudert tuviera un plan, pero conoce bien a Jimena. Y como sabe lo que su estrella necesita, decide dárselo para que sienta en el cuerpo lo que se perderá si decide retirarse.
La herida.
Fecha 30 de 30, el último partido del Trueno en la liga. La prensa lo titula: “¿El último partido de Jimena?”.
Esta tarde, con el estadio de la sección masculina repleto, aquella frase fue plantada en las gradas. En los pasillos, las escaleras, donde hubiera lugar. Aguardando impaciente esta vez. Y así pasó los primeros minutos.
Algunas aficionadas intentaron avivarla con cantos, con aplausos y saltos, con bengalas que consiguieron entrar al estadio. Recuerdo una bandera con una pintada que ponía: “Jimena nació en otro planeta, pero juega en Carabanchel”.
Se puso en pie cuando el Real Madrid B marcó su primer gol a más de quinientos kilómetros de distancia de este estadio, y perdió del todo los nervios cuando, solo cinco minutos después, marcó su segundo gol.
Con esa diferencia de dos goles en el marcador, y por la mínima diferencia de puntos en la tabla de posiciones, Real Madrid B no solo le ganaba al Espanyol B, también se coronaba campeón de la segunda división de fútbol femenino.
Aquí, en Carabanchel, la afición estaba herida. El Trueno de Jimena era condenado al segundo puesto. La ilusión por ascender era mucha, pero la afición no estaba del todo decepcionada. Aún quedaba una ilusión.
Cinco minutos para el final.
Para algunas jugadoras que no son dueñas de su futuro como deportistas, este era quizás el último partido de sus vidas. Jugaron cada uno de esos cinco minutos que quedaban con lágrimas en los ojos.
Con la emoción del momento, la energía en el estadio comenzó a alterarse. La afición también quería formar parte. Querían hacer algo para cambiar la única realidad que aún se podía cambiar.
Si había una cosa que podían hacer entre todas, era cantar. Si había algo que podían decir en ese canto, era lo que querían que sucediera. Y pensando en aquella frase, probablemente, una aficionada en la platea tuvo una idea.
El origen.
Nina es una aficionada famosa entre las aficionadas. Desde niña yendo al estadio, acompañando a su padre. Y es respetada porque ha sido jugadora del Trueno. Por eso el Presidente tiene trato preferencial con ella, y viceversa.
El ritual de las aficiones es siempre el mismo: deformar la letra de una canción conocida para contar algo más, sobre el club, sobre el fútbol, sobre una jugadora. Y es en momentos como este que surgen las mejores ideas.
“Quédate…
Que las tarde' sin ti duelen.
Tengo en la mente el ascenso y todos los partidos.
Volver a primera, el Trueno y Jimena”.
Nina cantó como poseída estos versos a las aficionadas a su alrededor, como si ella misma estuviera oyéndola de una voz lejana que le susurraba a un oído. El resto de la afición enseguida empezó a cantarla. Y así siguieron…
Los gritos se oyeron desde el campo de juego. Los oyeron las jugadoras del Trueno y las del Atlético Madrid B. Los oyó Jimena también, estoy segura. La he visto espiar a la tribuna como sin querer enterarse.
Se oyeron desde el banquillo, aún con más claridad. Coudert, la entrenadora, pasó más de un minuto sentada con el rostro entre las manos y la mirada clavada al suelo, intentando controlar lo que contaba con sus ojos.
Se oyeron en el palco de presidencia. El Presidente se puso en pie mirando a un lado y al otro de las plateas del estadio. Asintió un rato, como entendiendo el mensaje. Como si todo esto no lo hubiera “plantado” él.
Se oyeron en las gradas de prensa, donde estaba yo, contemplándolo todo. Y el escalofrío que he sentido al oír esta canción, yo, que nada tengo que ver con el fútbol, estoy segura de que lo han sentido todos.
El cambio.
El hechizo duró un buen tiempo, no puedo decir cuánto. Las aficionadas se quitaban del pecho la angustia de la incertidumbre cantando. Solo se interrumpió con un movimiento en el banquillo.
Faltando dos minutos para que acabara el partido, la entrenadora del Trueno se puso en pie e hizo una seña a la número 23, la joven Ochoa. La única del plantel que no había jugado en toda la liga.
Ochoa, desencantada por un debut en primera tan burocrático, se quitó el chaleco de entrenamiento y se acercó al lateral, junto a la entrenadora. Y allí sucedió lo impensado. El cartel del cuarto árbitro marcó la salida de la 10.
Yo no lo sabía, pero este es un gesto habitual en el fútbol. Una entrenadora puede sacar antes a una de sus jugadoras para que la afición dedique unos minutos a aplaudirla, para agradecerle.
Para que puedan saludarla al final de una liga, por ejemplo. Pero con la falta de información sobre la continuidad de Jimena en el Trueno, para muchos, el saludo tuvo sabor a despedida.
Fue un momento perfecto para dejarse la voz en ovaciones, para dejarse las palmas en aplausos. Las aficionadas lo querían así, lo necesitaban. Pero en esta montaña rusa de la última fecha, se sobrepuso el desconsuelo.
La frase se petrificó al llegar a las manos de Jimena, extendidas hacia las gradas, agitándose, saludando a las aficionadas, pero poniendo cara de que no lo merecía y desentendiéndose a la vez.
Si Coudert intentaba provocar así en Jimena un futuro síndrome de abstinencia, acabó consiguiendo el efecto contrario. Jimena se metió al banquillo con las esperanzas de la afición entre las manos.
La reunión.
Con la atmósfera del club cargada con una mezcla de emociones demasiado intensas, la frase vuelve a correr ligera y veloz por los pasillos del estadio, se hace eco en los vestuarios, que aún conservan el vapor de agua de las duchas, y se mezcla con las lágrimas de algunas compañeras.
Yo la sigo, un poco perdida en los rincones de este espacio nuevo para mí. Si me concentro, casi puedo verla, pero a quien veo frente a mí es al Presidente, que se para delante y me pide que lo siga a su oficina.
Es raro estar a solas con el Presidente. Su energía es siempre intensa, pero cambia mucho dependiendo los resultados del Trueno - de la sección masculina también. Ahora parece estar en una misión de la que me hace parte.
Me pide que me siente, pero él se apoya en una esquina del escritorio. Guarda el móvil en su saco y gira un portarretratos. Me enseña la foto de su familia: dos niñas, una mujer, y él en el medio, todos con la camiseta del Trueno.
“Esto es un asunto personal para mí. Y tú estás aquí para que hablemos sobre tu papel en la rueda de prensa”, dice. “Quisiera pedirte que le preguntes a Jimena sobre su futuro. Como aquella vez en el parking, pero frente a todos”.
Lo tengo en mis manos. Hasta ahora, nunca me ha importado mucho esta historia. Eso hoy ha cambiado, pero él no lo sabe. Si estoy en su oficina es porque nadie aquí me respeta, no estoy intoxicada por esta pasión ridícula.
Estoy reflexionando todo esto en silencio frente al Presidente, y eso parece impacientarlo. Me dice que ya encontraremos lo que él pueda hacer por mí a cambio de este favor. Le digo que lo voy a hacer, pero a mi manera.
La rueda de prensa.
La frase y yo llegamos a la sala de prensa, que está hasta arriba. Una guardia me señala un lugar libre en la segunda fila. A simple vista, el mejor. Nadie aquí me conoce. Yo espero pacientemente mientras la frase se mete en la cabeza de los periodistas presentes. Todos allí quieren que Jimena siga.
Si Jimena anuncia hoy que sigue en el Trueno, será un momento de gloria inigualable. De titular de todos los periódicos deportivos. Imagino uno rápido: “Un consuelo que supera la pena”. Quizás es demasiado. Aún no encajo bien el tono del periodismo deportivo.
Irónicamente, yo estoy aquí con mi pequeña grabadora para ser la primera en preguntarle sobre su futuro, el del club y el del fútbol. En el centro de la sala, frente al micrófono que en un momento usarán Coudert y Jimena.
Esta vez no dejaré que me eludan.
Almendra Bernal