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7 de mayo de 2024, último entrenamiento del Trueno Femenino.
Ciudad deportiva de Carabanchel.
Han pasado dos días del último partido de la liga y de la polémica rueda de prensa. A pesar de las dudas, Jimena se ha presentado al entrenamiento. No hay un solo vehículo de prensa alrededor.
Estoy en el parking, otra vez, haciendo tiempo hasta que Coudert termine el trabajo de recuperación de las jugadoras junto al profe Sabou, el preparador físico del Trueno. Es más aburrido de ver que uno de preparación.
El acceso.
Para entrar al predio tuve que pasar un control interminable en la cabina junto al acceso. Como un check-in de hotel hecho por el segurata de un aeropuerto. Sí, la guardia que me ha dejado el asiento en la rueda de prensa.
Luego de las burlas por haber venido en taxi (no tengo coche), ella y una guardia más que parece estar a su cargo han revisado mi bolso y han hecho una copia de mi documento.
Me han hecho firmar una planilla y han retenido mi móvil. En su lugar, me han dado un walkie-talkie. Debo usar el canal 9. El ordenador me lo han dejado, pero han puesto una cinta que cubre la cámara frontal.
Quería quedarse con el libro que he traído. ‘Libro de Sueños’, de Borges. Me ha dicho que cuando lo termine se lo lleve, que no lo ha leído, y que tiene otros más para dejarme.
Debería entrar al campo y aprovechar para tomar notas. En algún momento tengo que acercarme a la entrenadora para que me dé instrucciones sobre cómo empezar.
El paisaje.
Desde el parking se aprecia mejor la ciudad deportiva. Junto al estadio hay dos campos de fútbol más pequeños, un bloque con oficinas, otro con un salón comedor, y algo más apartada, una piscina al descubierto.
A unos kilómetros, a punto de hundirse en el horizonte, se ven las siluetas de varios edificios de diferentes épocas y presupuestos. A más caros y modernos, más impersonales y ridículos. Muy Madrid.
Me pregunto qué dirán de mí si una de las aficionadas que van y vienen por aquí me descubre fumando. Arrojo los cigarros en una papelera. Me han dicho que me harían entrenar como a una jugadora, y quiero hacerlo con dignidad.
Pienso en ello y me pongo a beber agua (lo sé, es patético) de una botella que me ha venido de regalo con la compra de la mochila de acampar que tuve que pagar de mi bolsillo para poder venir aquí y quedarme con las demás.
No creo que me reciban bien. Ya saben que si estoy aquí, es por un arreglo con el Presidente, que sigue creyendo que soy… ¿Cómo decirlo? ¿Inocua?
Necesito ganarme la confianza de las jugadoras para que me respeten y me dejen hacer mi trabajo: acompañarlas y contar la aventura. Y necesito hacer lo mismo con Jimena, por mí y por las lectoras.
Los ánimos después del final.
Ya estoy dentro del campo de juego, sentada en las gradas. Siempre en el centro, claro. Con las plateas vacías, los sonidos allí dentro se amplifican o se pierden demasiado pronto. Ahora se oyen pasos justo al otro lado.
Tengo de frente la entrada al campo y veo a las cinco aficionadas que estaban en la sala de prensa los otros días. Al menos desde aquí parecen las mismas. Bajan bolsos y herramientas por unas escaleras en el mayor silencio posible.
Las once titulares corren por el campo. Jimena corre sola. Esta vez es más difícil imaginar lo que pasa por su cabeza, pero viendo su mirada clavada al suelo, y conociendo el resultado del último domingo, me atrevo a intentarlo. Hablo a la grabadora sin quitar la vista de Jimena y sale todo de un tirón.
El nuevo sueño casi imposible de Jimena ha quedado inconcluso. Ha estado muy cerca de conseguir un título con el Trueno, y eso es casi peor que saberlo del todo lejano. Tocarlo sin poder cogerlo no es un consuelo para las ganadoras.
Como no hay partidos por delante, nada nuevo en lo que enfocarse, en su cabeza repasa cada jugada de la última liga. Sobre todo las del último partido. Sabe que ha hecho las cosas lo mejor que pudo, pero no fue suficiente.
No aprenderá nada nuevo de los reproches personales. No ganará nada a estas alturas si descubre que tiene reproches también para sus compañeras. En última instancia, es su responsabilidad: conocía el equipo en el que se metía.
Desde la conversación que tuvo en el vestuario con la entrenadora y el Presidente después del último partido, siente que han instalado en su cabeza una nueva esperanza. La prórroga de ese sueño. Con la reciente llegada al club de una antigua compañera del Lyon, esa esperanza late con más fuerza.
Pero debe ser cautelosa otra vez. Ha vuelto al Trueno para retirarse. Para dar fin a su carrera con un regreso a casa. Eso ya es suficiente premio. Y si acaso quisiera seguir jugando, no debe hacerlo con la actitud de una mera revancha.
Se ha roto la racha. Un sueño casi imposible, como le gustan a ella, finalmente no se ha concretado. Ha de ser por algo. Ahora debe oír a su cuerpo, su instinto, sus pulsiones. No quiere quedar atrapada en deseos banales.
Pilu se acerca a Jimena y la empuja apenas con un hombro. Jimena envuelve la cabeza de Pilu en su camiseta y su estómago queda al descubierto. Pilu lo acaricia con exagerada sensualidad, Jimena se sonroja.
Detrás de ellas, corre Machado. Tiene solo 22 años, pero con ella ya se puede escribir un libro entero. Viene del Lyon para jugar la próxima temporada en el Trueno, el equipo de su excompañera e ídola de la infancia, Jimena.
Machado es bajita y parece culturista. Es explosiva, extrovertida, carismática, divertida. Pero desde que ha llegado al Trueno - hace unos 10 días - va siempre sola y en silencio, y está atenta a todo lo que hace Jimena.
Jimena y Pilu alcanzan a las míticas Vivas y Zaramella, que corren tan lento que casi caminan. Lo de que son míticas me lo han dicho, y luego lo he cotejado. Llevan 15 años ininterrumpidos como las centrales del equipo.
Ambas son de piel blanca y cabello oscuro, y son tan parecidas que al principio, cuando no veía el número de sus camisetas, se me hacía difícil distinguirlas. Ya he descubierto que Zaramella tiene una cicatriz en la frente.
Desde aquí oigo todo lo que se dicen. Y lo que no oigo, no me cuesta imaginarlo.
“¿No os faltan cuatro vueltas?”, pregunta Jimena.
“¿Nos estás controlando, ‘Capi’?”, responde Vivas.
“Siempre os saco dos vueltas, así que es solo saber sumar”, dice Jimena con una sonrisa.
Vivas y Zaramella se miran incrédulas. No saben cómo deberían responder.
“Es una pausa. Unas ‘vacaciones’ antes de retomar”, dice Zaramella, descargándose.
Sonríen las tres.
“Las vacaciones empiezan cuando termina el entrenamiento. ¡Vamos!”, dice Jimena.
“Gracias por el empujón, Capi”, dice Zaramella.
Vivas y Zaramella corren con un poco más de ritmo.
Quizás esta es la manera de Jimena de expresar su descontento con el desempeño de sus compañeras. Cuando Jimena no se enciende, las demás no saben bien qué hacer. Así perdieron la punta de la tabla en el partido 28 de 30.
Jimena ha cargado con la responsabilidad de los errores de esa fecha todo este tiempo, pero sus compañeras saben que no han conseguido salir adelante sin ella al 100%. Y que sin ella, el Trueno pronto volverá al fondo de la tabla.
Por eso algunas jugadoras que también están en edad de retirarse no saben si seguir. Y otras, que aún tienen para varias temporadas, quieren aprovechar el repunte del Trueno para buscar otros equipos que no dependan de su estrella.
El primer intento.
Jimena también vuelve a correr, hasta que descubre a las doce suplentes, con sus chalecos verdes, acercándose a los vestuarios.
“¡Ey! ¡Ey! ¿Os estáis escapando del entrenamiento?”, pregunta Jimena.
Algunas suplentes se giran. Jimena niega, incrédula.
“¡Vamos! ¡Dos vueltas más!”.
Las suplentes, lentamente, vuelven a correr.
Coudert se acerca a Jimena con un walkie-talkie.
“¿Qué pasa, Chari? ¿No controlas a tus jugadoras?”, pregunta Jimena.
“La liga ha terminado. Tengo algo que consultarte”, dice Coudert.
“Me faltan dos vueltas”, responde Jimena.
“Es un segundo”, insiste Coudert.
Jimena se acerca; Pilu también, Machado detrás.
“¿Qué pasa?”, pregunta Jimena.
“Bueno, tantos preparativos y al final, no sé cómo decírtelo”, dice Coudert. Luego mira a Pilu, que asiente, apoyándola.
“Vamos, Chari”, apura Jimena.
“Las chicas de la afición. También son aficionadas a la pesca, y quieren hacerte un regalo”, dice Coudert señalando hacia atrás.
Dos aficionadas están sentadas en un extremo de la platea con otro walkie. Saludan a Jimena llevándose el índice a la sien.
“Pero habría que tomar una decisión. ¿Qué prefieres: Trucha o Lucio? Los dos juntos no se puede. Por lo visto, en la piscina están empezando a comerse entre ellos”, dice Coudert.
Jimena mira al suelo como sin entender la pregunta. Coudert mira a Pilu, consultándola. Pilu le pide que abandone con el gesto de cortarse el cuello.
“¡Está bien! Tampoco hay por qué tomar la decisión ahora”, dice Coudert. Se despide con una sonrisa y camina con prisa hacia la platea: repite el gesto terminante a las dos aficionadas.
Jimena mira a Pilu; sonríen sin entender la situación.
“¿Todo bien?”, pregunta Machado.
“Seee...”, responde Pilu.
“Se lo preguntaba a Jimena”, dice Machado.
Jimena asiente mirando a la platea vacía, donde estoy sentada con mi mochila esperando por Coudert. Me mira sin verme.
“Esperaba más periodistas”, dice Jimena.
“En tu último día en el Lyon vino toda la prensa de Francia”, dice Machado.
“La prensa deportiva”, responde Jimena restándole importancia.
“No sabemos si hoy es su último día en el Trueno”, dice Pilu.
“No. Bueno, ojalá que no. Si no, ¿para qué he venido?”, dice Machado.
Jimena responde con una sonrisa.
Fernández aprovecha que las otras tres están de cara a la platea, una al lado de la otra. Se pone delante como para tomarles una foto con las manos. Jimena abraza a Pilu y a Machado. Fernández imita el sonido de una cámara con la boca. Incluso desde aquí el sonido parece el de una cámara real.
“¡Quita! Qué impresión”, dice Pilu al oírla.
“La última se ducha con agua fría”, dice Jimena y corre veloz a los vestuarios. Fernández y Machado la siguen.
“¿Es en serio?”, pregunta Machado, ya corriendo.
Pilu se queda mirando a Coudert, pidiéndole explicaciones a la distancia. Coudert se disculpa con los hombros.
La presentación oficial.
Coudert se acerca a la tribuna y me mira de los pies a la cabeza con una sonrisa. Llevo los únicos pantalones cortos que he encontrado en casa, color negro, de una ex, y una camiseta negra desgastada que uso para dormir.
Coudert también cambia mucho sus humores dependiendo el día y el momento. Desde la rueda de prensa se la nota bajo presión. Pero cuando habla de fútbol, de colegas y de planes, su rostro cambia y su voz se serena.
“Esto es recuperación”, dice señalando el campo. “Lo de entrenar como una jugadora más será en unos días. Puedes cambiarte, si quieres”, me dice como ofreciéndome la posibilidad de recuperar mi dignidad.
A las otras dos, mientras se acercan, les dice que hay que esperar. “Pongan a algunas aficionadas a separar a los peces por especie”.
Le pregunto por las entrevistas que tendré mano a mano con las jugadoras y me dice que para eso también falta. Me presenta a las aficionadas: María y Verónica. Me dice que tienen responsabilidad en todo esto. Por felicitarlas y por comprometerlas, también. Para asegurarse de que hagan las cosas bien.
Me gusta oír a Coudert. Atrapa con la conversación. Es sensible y receptiva, quizás demasiado emocional, pero todo lo que dice tiene doble sentido. Y siempre está en control de lo que transmite con sus palabras.
Cuando le toca hablar de mí, también lo hace con doble sentido y con cariño. Teniendo en cuenta la emboscada en la que la he metido en la sala de prensa, o bien no es rencorosa, o bien sabe que yo he caído junto con ella.
“Tiene libertad para moverse por el club y tomar notas, para seguir a las aficionadas y a las jugadoras. Puede estar cerca del Presidente y cerca mío. Pero no puede interferir con nada de lo que pase aquí dentro”.
No hubiera imaginado que las aficionadas tuvieran tanto que ver en el evento. Es recíproco. María y Verónica me miran sin entender qué pinto yo aquí, hasta que Coudert les recuerda que es por pedido del Presidente.
Las tarjetitas.
Dejo la mochila con Coudert y acompaño a María y Verónica al vestuario así como voy vestida. Intento ser neutral y concentrarme en mis notas. Les pregunto si puedo usar sus nombres reales y me dicen que no les importa.
Ya en el vestuario, soy testigo de la primera cosa que no sabría cómo explicar sin poder contarla con detalle, y todo indica que habrá más. Me piden que vigile las duchas, al otro extremo del vestuario.
Mientras tanto, María y Verónica van cortando los candados de las taquillas con una pinza gigante, de esas que se usan con ambas manos. Mueven con prisa el contenido de cada taquilla a un bolso de tela grande.
Otras dos aficionadas un poco más jóvenes, de unos 14 o 15 años, y que no quieren decirme sus nombres, acomodan meticulosamente algunas cosas dentro de las taquillas.
De fondo se oye el agua de las duchas mermando y yo me acerco a María, que asiente con un gesto, como si también lo hubiera oído. Cierran la última taquilla con cuidado de no hacer ruido y salen con el bolso de tela.
Yo me quedo allí, un poco dura, apuntando todo en mi libreta. Entre el vapor de agua y unas risas, las jugadoras regresan de las duchas envueltas en las toallas del club. Actúan como si yo no existiera, o como si no pudieran verme.
Pilu gana la carrera a su taquilla, aún temblando de frío. La abre. “Ay, qué bien. Un albornoz”, dice al resto, con la sorpresa peor fingida que he oído en mi vida, y eso que he hecho entrevistas a políticos.
“¿Y nuestras cosas? ¿Ya empezamos?”, dice Zaramella.
“¿Tenían que cargarse el candado? Era mío el candado. De uso personal”, dice Vivas, mientras recoge un trozo de metal del suelo.
El resto de las jugadoras van llegando y abriendo sus respectivas taquillas. Todas tienen el número de la camiseta pintado sobre la chapa de la puerta. En lugar de sus prendas, encuentran un albornoz, unas sandalias y unas tarjetas de invitación, como las que envían los novios a los invitados a la boda.
Arias, alta y robusta, golpea la puerta de su taquilla: la número 1. “Que nos devuelvan las cosas. Yo quiero mis cosas”, dice Arias. Su voz ocupa todo el lugar y hace vibrar las taquillas y los bancos de madera.
“Bueno, han dejado ropa interior”, dice Zaramella mientras enseña al resto una braga con el logo del club.
“Es un traje de baño”, corrige Vivas.
Pilu toma su tarjeta y carraspea. Lee mirando a Jimena: “‘queremos haceros felices. Devolveros la felicidad que nos habéis dado este año. Por eso, hemos preparado un día de Spa para todas. Os esperamos en el jacuzzi’. Y hay un mapa dibujado y una firma: ‘presidencia’".
“Se pasan. Qué hijos de puta”, dice Vivas.
Jimena la oye y se gira con su tarjeta en mano. “Después de lo del otro día”, dice Jimena, aún indignada.
“Es una manera de compensarlo”, dice Pilu. Ahora mira a Vivas con la mirada tensa. “¿No?”.
Vivas asiente como recordando un pacto.
Machado quiere ayudar. “Yo, es justo lo que necesito”.
“Yo el spa me lo hago cada semana, pero siempre con la misma ilusión”, dice Vivas ya en tono de entrega. Con eso consigue algunas risas. Ahora todas las miradas caen en Jimena.
“Bueno, yo no quiero decepcionar a nadie. ¿La entrenadora qué piensa?”, dice Jimena.
“Si ha sido Chari la que ha montado todo esto”, responde Arias.
“El spa lo ha montado el Presi. Chari ha montado lo otro”, corrige Zaramella.
“¿Qué otro?”, pregunta Jimena.
“Nada. ¿Qué hacemos? ¿Vamos, no?”, insiste Pilu.
Jimena levanta los hombros. “Si os hace tanta ilusión...”
Jimena se calza el albornoz, las demás jugadoras también. Se ponen el traje de baño y comienzan a salir del vestuario con las tarjetas en mano.
Arias se acerca a Pilu y le desliza por lo bajo: “¿y la pregunta?”
“Después del jacuzzi”, promete Pilu. “Ven. ¡Relájate un poco!”
Pilu sale. Las otras jugadoras también cruzan la puerta del vestuario. Machado regresa.
“¡Ey! Las suplentes también, eh”.
Las suplentes salen del vestuario, desanimadas. Se calzan el chaleco de suplente encima del albornoz.
“Con alegría, que un jacuzzi después de un entrenamiento no lo tiene cualquiera”, intenta animarlas Machado.
Jimena está por salir, pero Arias la toma de un brazo.
“¿Qué pasa?”, pregunta Jimena, sorprendida por la reacción.
“Después de esto, no hay vuelta atrás”, advierte Arias.
“No seas exagerada. Ven a relajarte con nosotras. ¿Te vas a ir a tu casa en albornoz?”, pregunta Jimena.
“Cuando algo es demasiado bueno para ser verdad, hay que sospechar. ¿No?”, dice Arias.
“¿Y tú crees que esto será demasiado bueno?”, pregunta Jimena con la sonrisa de quien oye una broma involuntaria.
Arias le suelta el brazo, ofendida. “Por supuesto. Para nosotras es un orgullo poder hacer esto”, dice Arias.
“Pues vamos a disfrutarlo”, responde Jimena. Se gira y sale, fundiéndose con la luz del sol que entra por la puerta.
Arias se pone el albornoz, protestando. Me mira como quien descubre a otro pasajero en un bus que pensaba vacío, uno que inevitablemente ha oído una conversación privada.
“¿Y tú qué miras?”. Esto no me lo dice, pero me lo dispara con el semblante.
Vuelvo con los ojos a mi libreta, pero prefiero no apuntar para que no piense que escribo sobre ella. Oigo un sonido y levanto la vista: la veo salir también.
Me pregunto si Jimena tiene claro el juego en el que se está metiendo al cruzar esa puerta. Si yo misma soy consciente de que al pasar aquel acceso me he metido en algo que parece emocionante, pero que empieza a ser desconcertante.
Ambas hemos aceptado una invitación a mundo nuevo. No conocemos las reglas, pero conocemos a quien las crea, y ninguna de las dos confiamos en él.
Almendra Bernal