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11 de mayo de 2024.
El amistoso ha terminado abruptamente con los goles en propia de Jimena. Las jugadoras y yo estamos en el vestuario, tomando una ducha fría y a oscuras - seguimos sin luz. He perdido de vista a Coudert y al Presidente.
Aún se oyen los fuegos artificiales a lo lejos. La sala de las taquillas está iluminada por velas agrupadas y algunas linternas boca arriba. Las últimas Jugadoras salen de las duchas rumbo al campo de juego.
El romance del verano.
Vivas y Zaramella miran los fuegos artificiales a través de la ventana del vestuario. Sí, continúan, y el plan es que duren toda la noche.
Vivas apaga algunas linternas. “¿No se ven mejor así?”, pregunta Vivas.
Se sientan junto a la ventana, una frente a otra. Zaramella busca debajo de su asiento y saca una botella de cava. Se miran, sonríen. Zaramella la abre.
“¿De dónde las has sacado?”, pregunta Vivas.
“¿Tú qué crees?”, responde Zaramella.
“¿Quién iba a pensarlo?”, dice Vivas, suspirando.
Zaramella bebe para no mirar a Vivas a los ojos.
“¿Qué?”, pregunta Zaramella mientras le pasa el cava.
Vivas la mira seriamente: “la has dejado lleno de saliva”.
“¿Saliva? ¿Quieres saliva?”
Zaramella se pasa un dedo por la lengua y llena de saliva la boca de Vivas. Ríe. Vivas la mira seriamente.
Vivas se pasa un dedo por la lengua, Zaramella espera con la boca abierta, Vivas duda. Zaramella se lleva el dedo de Vivas a la boca y lo mete dentro. Lo retiene con los dientes, sonríe con el dedo aún en la boca. Se acerca más a Vivas con el cuerpo entero.
Vivas se pasa un dedo de la otra mano por la boca y mira a Zaramella. Solo veo sus rostros, pero no es difícil entender que Vivas le está bajando las bragas a Zaramella y que ahora toca su sexo.
Zaramella copia el gesto: suelta el dedo de Vivas, pasa varios dedos por su boca y comienza a tocar a Vivas.
La luz de los fuegos ilumina sus rostros, que se pliegan y se expanden como un par de fuelles que a cada respiración se llenan de placer. Zaramella sonríe, mira por la ventana.
“Cómo me pone el color rojo”, dice Zaramella.
“Nunca había sentido algo así en mi vida”, responde Vivas.
Vivas se da cuenta de que ha soltado una confesión muy bestia. Esconde la mirada, está arrepentida.
Zaramella la coge del mentón y levanta su rostro: responde con una sonrisa, primero dulce, luego lasciva.
Vivas vuelve a sonreír. Ambas vuelven a sentir placer.
Al otro lado del vestuario, Jimena las espía asomada a la puerta. Hace ruido con las chanclas al adelantar un paso. Las chicas no la oyen, pero nuestras miradas se encuentran.
Salimos del vestuario y sin volver a mirarnos y sin dirigirnos la palabra, caminamos hacia el parking. Es la caminata más incómoda que he tenido hasta ahora.
La oportunidad de estar con ella a solas un instante para hacerle preguntas que guardo en mi libreta desde hace tiempo, arruinada por la incomodidad de habernos descubierto haciendo algo que no está bien.
La renuncia.
Verónica, la aficionada con más peso entre las hinchas, carga un bidón gigante de gasolina con ambas manos, y al ver a Jimena, finge una sonrisa. Lo descarga en un generador junto a la unidad móvil.
Jimena dobla un papel y lo desliza por debajo de la puerta.
Yo, que voy detrás, aprovecho para entrar al móvil para despedirme de la Realizadora y lo recojo. Ya dentro, la Realizadora me ve y me lo quita, en un gesto entre colegas. Lo lee en voz alta: "guardadme una copia del partido".
“Qué desgraciada”, digo pensando en Jimena.
La Realizadora sonríe y niega con la cabeza, como hacía el día en que la he conocido. Desconecta sus auriculares con micrófono de la mesa de mezcla y los guarda en una maleta pequeña. Se acerca a la puerta.
“Gracias por estos días”, me dice.
Se me aflojan las piernas. No soy buena para las despedidas, y esta tía tiene el carácter que a mí, si fuera valiente, me gustaría tener.
“Gracias a ti por tu trabajo y por tu compañerismo. He aprendido mucho”.
“Un abrazo a Chari”, me dice, se gira y se pira.
No he vuelto a ver a la Realizadora, aunque espero saber pronto de ella. Tengo su nombre, pero como no lo he consultado, prefiero no decirlo.
Si a alguien le interesa, es cuestión de ir a buscar en la web de ElArea la lista de realizadores de directos: es la única mujer.
Para mí, siempre será la Realizadora, como para el tripulante de un barco el capitán siempre será el capitán.
Un Realizador de unos 55 años, de quien no me preocupa en lo más mínimo su nombre ni ningún otro detalle, ya está sentado en la silla frente a los mandos y los monitores. Lleva sus propios auriculares con micrófono.
Se gira para verme y me suelta: “¿me cierras?”. En el momento, no registro el tono, pero ahora en retrospectiva noto ese aire de “ahora la unidad es mía”, que luego irá empeorando.
En un gesto reflejo, cierro la puerta.
“¿A ti también te ha dicho que ha renunciado?”, dice sin quitar la vista de los monitores. Soy la única que ha quedado aquí dentro, así que supongo que esto también me lo dice a mí.
Yo, pensando en esto, me quedo en silencio. “Que mi silencio valga como respuesta”, pienso. Ha funcionado bien hasta ahora.
Me quedo mirando su espalda encorvada. Su calva. Sus movimientos espasmódicos. Si antes esto era un cohete que iba al espacio, ahora quién sabe a dónde nos dirigimos con este nuevo chofer.
“A mí, Miguel me ha dicho que la ha despedido por una imagen”, completa.
“Ha renunciado porque no quiere seguir los juegos de Miguel”, respondo, para darle una oportunidad de que sepa la verdad.
Asiente, como si estuviera siendo condescendiente conmigo. Eso no lo llevo bien. No seré valiente, pero no soporto el paternalismo.
En respuesta le enseño en mi móvil la foto de Jimena llorando en la piscina como portada del periódico del ayuntamiento. “Esta es la imagen”.
Ahora sí se gira, pero solo para ponerme en duda. “¿Ha sido él? No lo creo”.
“Puedes creer lo que te vaya mejor para conservar tu trabajo, pero en el ayuntamiento nos conocemos todos”.
Así salgo de la unidad móvil, dejando la puerta abierta.
La fuga.
Al salir de la unidad móvil, veo un bulto de gente al otro extremo del parking, junto a la puerta de acceso a la ciudad deportiva. De lejos, una de ellas se parece a Jimena. Hay un hombre, que estimo será el Presidente, y Coudert.
Mientras me acerco con algo de prisa busco en el bolso mi grabadora, y al levantar la vista veo a Jimena hacer algo que no hubiera imaginado nunca que sería capaz de hacer.
Tengo que decir que tuve muchas dudas en escribir esto, por lo que podría producir en las aficionadas más pequeñas. Pero aquí la intención es acercarse a la verdad, y conocerla. Y Jimena, aunque para muchos no lo parezca, es una persona. Y cómo toda persona, a veces se equivoca.
Quizás es para quitarse la rabia que aún carga porque la han obligado a jugar el amistoso, o por la desaparición de Pilu, o por la frustración que acarrea el encierro y la presión de Coudert y Machado para que se muestre feliz.
El caso es que, casi sin disimular, al menos yo puedo verla perfectamente desde aquí, Jimena tuerce el espejo lateral de un coche negro y familiar, de cinco puertas.
A esta altura descubro por la conversación que Jimena también estaba llegando a la escena, justo antes que yo.
“¿Qué haces aquí?”, pregunta Coudert a Jimena.
“¿Qué pasa?”, dice Jimena, mirando el muro.
Allí, junto al muro, está nada más y nada menos que Arias, que desde el amistoso mira a Jimena con una mezcla de rencor y decepción en los ojos. Junto a ellas, Claudia, la guardia, con su walkie entre manos.
Coudert intenta justificarse: “Nada. Estaba---”
El Presidente la corta y dice con ese tono de indignación comedida que se le da tan bien: “la guardia encontró a Arias en el parking. Como la vio un poco perdida, no dudó en avisarnos. Queríamos saber qué le pasa, si estaba bien”.
Arias se aparta del muro. “Estoy bien”, dice.
“Más temprano me ha dicho que iba a venir a buscar unos palos de golf a su coche para organizar un torneo para todas. Según ella, nos estamos quedando sin ideas”, dice el Presidente.
“Le hemos dado la llave de su coche”, dice Coudert.
“Pero de golf, nada”, dice el Presidente.
“Los tengo, los palos”, dice Arias.
“¿Sí? ¿Adónde?”, dice el Presidente.
“En el coche”, responde Arias.
“¿Cuál es su coche?”
Arias camina hacia un coche negro, el resto acompaña.
“Este”, dice Arias, y señala el coche al que Jimena le ha torcido el espejo. Jimena suspira y se toma la frente.
Jugando todavía a adivinar en qué está pensando Jimena, diría que detrás de la pena que la invade en este momento, también se pregunta si una parte suya no sabía acaso que ese coche al que le ha doblado el espejo era el de Arias.
“Abra el baúl”, dice el Presidente, ahora ya con un tono policial.
“Perdí las llaves”, responde Arias.
“No me diga. ¿Y dónde podrían estar esas llaves?”
Arias piensa un segundo la respuesta. “Fuera”, dice, mirando a Coudert.
El Presidente sonríe sarcástico: “¿fuera? ¿Se le cayeron afuera?”
Arias responde levantando los hombros.
El Presidente mira el muro del garaje: mide dos metros.
“¿Las llaves se elevaron hasta allí arriba y luego pasaron al otro lado accidentalmente?”
“Así es”.
“Curioso”.
“¿Puedo ir a buscarlas?”, pregunta Arias, ahora mirando a Jimena.
“Por supuesto”, responde el Presidente.
“¿Me abre?”, pregunta Arias señalando el portón.
“He perdido las llaves”, responde el Presidente, en su juego favorito: el de tener el poder.
“¿Preguntamos a la Claudia?”, dice Arias.
“También las ha perdido”, se anticipa el Presidente a cualquier reacción de Claudia.
Arias vuelve a pensar unos segundos y luego dispara: “Puedo saltar el muro”.
El Presidente suelta el aire en una sonrisa pedante. “¿Puede?”, pregunta, mirando a Coudert.
“Claro que puede”, interviene finalmente Jimena. “Cualquiera de nosotras puede saltar ese muro”.
Sabrina, una de las suplentes con más antigüedad y de temperamento rebelde, se asoma detrás de uno de los coches aparcados junto al de Arias. “Yo también puedo”, dice Sabrina.
“No puedo creerlo”, dice el Presidente.
Detrás de otros coches, más lejos o más cerca del muro, brota el resto de las suplentes, con los chalecos aún puestos.
“¡Yo también!”, dice Sandra. Bajita, de pecas, y muy ágil.
“¡Y yo!”, dice Carmen, saltando dramáticamente sobre el capó de un coche verde. No la había visto nunca sonreír, pero la sonrisa que ahora tiene vale por toda la temporada.
Jimena da un paso en dirección al Presidente. Es la primera vez, desde la rueda de prensa del escándalo, que le dirige la palabra. Ha escogido buen momento para mirarlo otra vez a los ojos: “Todas podemos saltar ese muro”.
El Presidente busca con los ojos alguien que le siga el juego. Mira a Coudert, con las manos en la cintura. “¿Sí?”
“Por supuesto que pueden”, dice Coudert, con la sonrisa que tanto le gusta ver al Presidente. Más natural y bonita que nunca, diría yo.
El Presidente la mira fijamente y en silencio, aprieta los dientes.
“Voy a saltar”, dice Arias.
“Vamos a saltar”, se suma Sabrina.
“Vamos a saltar”, repone Arias.
Jimena las mira y asiente. Las suplentes se acercan al muro. Arias lo trepa, se sienta en el extremo y pasa al otro lado sin mirar atrás.
Al otro lado del muro, se oyen voces y gritos. “¡Mamá!”.
“Aquí estoy, hija”, responde Arias.
Luego empieza a sonar una ovación a cien voces: “¡Arias, Arias, Arias!”
El resto de las suplentes la siguen.
“Traidoras”, dice el Presidente por lo bajo.
“¿Una selfie, presi?”, pregunta Sabrina al pasar por su lado.
El Presidente la mira con los brazos en jarra.
Sabrina trepa el muro y se pone en pie sobre el canto. Se gira, mira al Presidente y hace la mímica de un swing de golf. Sonríe y se tira al otro lado.
“¡Suplentes, Suplentes, Suplentes!”, se oye del mismo coro al otro lado.
“¡Devuelvan la luz!”, grita una persona con una voz de ultratumba.
Jimena regresa al campo de juego.
“Jimena”, dice Coudert, ya sin sonrisa.
“Ahora no”, responde Jimena sin girarse.
Yo no sé si seguirla o quedarme a terminar de grabar esto. Al ver el rostro de Coudert y el del Presidente, decido quedarme.
“Necesitamos confirmar a la invitada especial”, dice Coudert al Presidente como en una orden.
El Presidente me mira, mira a Claudia, se frota la barbilla.
Creo que dentro suyo estará pensando si debe disciplinarla delante de nosotras o debe esperar a quedarse a solas con ella. “Qué sería peor”, estará pensando. Escoge el castigo ejemplar, el público.
“Las exigencias van en la dirección contraria, entrenadora. De la presidencia”, se señala el pecho, “al cuerpo técnico”, y entierra un dedo en el pecho de Coudert.
Claudia y yo nos quedamos de piedra. Coudert parece estar viviendo un terremoto, que se acerca y se le mete dentro. Claudia, que cuida de su trabajo, pero que es más valiente que yo, da un paso en dirección a Coudert.
Este solo gesto de Claudia, que ya está a las espaldas de Coudert, hace que el Presidente se guarde la mano en el bolsillo.
“¿Es el suyo o es el mío?”, pregunta Claudia a Coudert con su walkie en una mano.
Coudert la mira con su walkie también en una mano. No sabe qué decir.
“Qué tonta, es el mío”, dice Claudia.
El Presidente ahora tiene las dos manos en los bolsillos. Como para escapar de la situación, mira el coche de Arias y nota el espejo torcido. Lo acomoda. Carraspea para recuperar la voz.
“Os voy a poner en situación para que entendáis la presión que tengo encima. Nos hemos quedado sin la mitad de las jugadoras y ahora voy a tener que dar explicaciones a Miguel y a otra gente de la plataforma”.
“Si Jimena también salta ese muro, adiós cobertura del evento: se jode el club, me jodo yo. Pero si además, no juega la temporada que viene, se jode usted también, entrenadora. Porque yo voy a invitar a este señor para que nos dirija”.
El Presidente saca el móvil y le enseña un vídeo a Coudert. La pantalla está partida: en ‘Estudios centrales’, Larrea se desabrocha el saco; en ‘Estudio en el Estadio’, el Presidente lo escucha atentamente.
“Tanto es así---”, dice Larrea. Mira a un lado. “Déjeme hablar”. Ahora mira a cámara. “Tanto es así que, sin Jimena y sin las históricas, yo, el año que viene, al Trueno, los saco campeones”.
“‘CampeonAs’”, responde el Presidente.
“‘Campeonas’. Es verdad, lo siento”, dice Larrea, y luego mira a Alina, para terminar la frase. “Al final, el sistema se impone”.
El Presidente pausa el vídeo, pero la que se congela es Coudert. Y yo, claro.
“¿Lo ve? El chantaje funciona mejor que el soborno”, le dice el Presidente. “¡Ponlo en práctica!”
El Presidente camina en dirección al campo de juego. Yo y mi cobardía nos quedamos junto a Claudia, que está metiendo a Coudert en la cabina de vigilancia para intentar serenarla y animarla.
Coudert no llora: tiene los ojos ocupados por la rabia.
Almendra Bernal.