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2 de junio de 2024 (el 1 de junio después de las 12)
La transmisión ha terminado al acabar el mano a mano entre Voss y Jimena. Coudert sale del Estudio en el estadio, donde hemos quedado el Presidente, Miguel y yo, con algunas jugadoras.
Coudert y yo llevamos unos días sin dirigirnos mucho la palabra, muy a pesar mío. Es ridículo. Yo he dejado atrás el dolor y quizás ella nunca lo ha sentido. Lo que más me molesta es no poder entender lo que hace con claridad.
Ahora corre detrás de una pista que solo ella comprende. Algo que ha visto los otros días en un vídeo de archivo mientras preparábamos el show, y que aparentemente ha vuelto a ver recién en esa imagen congelada de Jimena.
Lo que no ha visto Coudert es que Jimena ha dejado la tienda nueva. Miguel lo sabe porque tiene en frente el monitor de la cámara de Andrea en directo. Miguel ha pedido por walkie a Andrea que la siga, y a mí, que siga a Coudert.
Me tomo este sprint como mi entrenamiento. Aquel que también me han negado. Tengo que alcanzarla. Imagino que corro como las jugadoras del Trueno para no perderme una sola palabra, un solo gesto de Coudert.
Me he equivocado. La parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso no alcanza para enmarcar este relato.
“Cuanto antes”.
Mientras corro, oigo más truenos en el campo de juego y una ráfaga de viento intensa. El cielo parece un mar nocturno plagado de medusas. Espero que no ataquen. Dentro de las nubes asoman filamentos eléctricos y luminosos.
Coudert llega y se asoma a la tienda nueva, algo agitada. Y en ese mismo momento llego yo con los pulmones en las manos. Como era de esperar, allí solo ha quedado Voss.
“¿Y Jimena?”, pregunta Coudert, desorientada.
“Se piró cuando la chica de la cámara dijo que habían cortado”, responde Voss.
Yo asiento, confirmándolo. “Andrea la está siguiendo”, agrego.
“¿Estás más tranquila?”, pregunta Voss, poniéndose de pie.
“Cuando llamo yo, tú coges el teléfono. ¿De acuerdo?”
Voss levanta las manos, desentendiéndose.
“¿De acuerdo?”, repite Coudert, sin alzar la voz, solo hablando más lento.
“De acueeerdo”, responde Voss, sorprendida por la determinación de Coudert, y un poco orgullosa, también.
Ahora llega el Presidente a la tienda nueva. Estoy segura de que también él ha corrido para llegar hasta aquí, y lamento no haberlo visto para poder comentarlo con vosotras. Hubiéramos echado unas risas, seguramente.
“Entrenadora, casi la pierdo”, dice el Presidente a Coudert, y le da una palmada en la espalda. Luego mira a Voss: “¿Qué piensa?”
“Yo creo que sí”, responde Voss. “Pero---”.
“---Tiene que firmar cuanto antes”, completa el Presidente.
Voss asiente con obviedad.
Coudert los mira y tiene la gentileza de reservarse lo que piensa, aunque por su rostro, no es algo bueno.
No tengo que adivinarlo, yo siento lo mismo. “¿Para esto ha venido Voss?”
Coudert sale sin decir una palabra. Yo la sigo.
Mientras tanto.
Jimena entra a su tienda con el cabello y la chaqueta mojados. Andrea entra detrás, con un chubasquero y su cámara envuelta en un protector plástico. Fuera se oye el inicio de la lluvia y el viento desplegarse por el campo.
Es difícil ver dentro: solo está encendida la luz del televisor, hay un par de velas sobre el escritorio, y un par más apiladas delante del póster de Ronaldo (el brasileño), como ante una imagen santa.
Andrea enciende el flash de la cámara y descubre a Vivas y Zaramella en la cama, haciendo la cucharita bajo una manta y de frente a la tele. Zaramella se gira para ver de dónde viene esa nueva luz y ve a Jimena, junto a la puerta.
“¡Capi! ¿Te ha pillado la lluvia?”, pregunta Zaramella.
“Que linda la conversación con Chiquita”, dice Vivas, cortando un bostezo.
“¿Te has decidido?”, pregunta Zaramella.
Andrea vuelve con la cámara a Jimena y puede ver que le tiembla una pierna. Jimena se lleva una mano a la rodilla para detenerla, mira a cámara y sale de la tienda. Andrea va tras ella.
“Me han dicho que usted las dejaba ver la tele”, dice la guardia fuera de la tienda y en tono de pedido de disculpas.
“Dame tu linterna”, dice Jimena.
Buscando refugio.
Jimena y Andrea llegan a la tienda que ocupaba Pilu. Ha quedado intacta. Es más pequeña que la de Jimena, y las paredes son más oscuras. La lluvia fuera se oye más fuerte. Andrea apaga su flash para dejar que alumbre Jimena.
Jimena ve unos pantalones sobre un bolso. Los coge, los huele, los inhala. Se acerca a un póster pegado a una pared de la tienda, que tiembla por el viento fuera. Es una foto del equipo al completo en el campo de juego. Lee una frase escrita con rotulador que pone: "Para Pilu, mi inseparable. Jimena".
Jimena se acuesta sobre un saco de dormir y apoya la linterna en el suelo, boca arriba. Abraza el pantalón de Pilu mientras oye la lluvia caer sobre el techo de la tienda, blanco de luz.
La presencia de la cámara parece no importarle más a Jimena, pero Andrea decide darle la intimidad que merece. Enseña algunos detalles de la tienda: el bolso, un juego de llaves con un candado roto, un mazo de cartas.
Vuelve con su cámara al póster del equipo. Parece un zoom, pero no lo es: la foto del póster comienza a acercarse a la cámara, y luego, una a una, el resto de las paredes de la tienda caen sobre las dos.
La persecución.
Andrea enciende su flash y Jimena encuentra una mano que viene de fuera, la siguen hacia la puerta de la tienda y salen de allí dentro como pueden. Ya fuera, se incorporan y la luz descubre el rostro de Coudert.
Andrea graba en torno: Vivas y Zaramella rodean la tienda con las estacas que han soltado entre las manos. A un lado, al volante del carrito - bus, está Fernández, imitando el sonido de una sirena de policía. Yo también estoy allí.
Coudert alza una mano bien alto y luego la deja caer: el resto de las titulares y las juveniles desarman las tiendas que quedan en el campo de juego. Se desploman, una a una, frente a ellas. Ya no hay dónde esconderse.
¿O sí? Jimena corre hacia los vestuarios. El sonido de la sirena se intensifica. Las titulares, Coudert y yo seguimos a Jimena y Andrea. El Presidente y Miguel van rumbo a la unidad móvil para reunirse con Voss.
La promesa.
Jimena y Andrea entran al vestuario. El flash de Andrea es suficiente, así que Jimena aprovecha para apagar algunas de las linternas que iluminan el lugar y guardarlas en sus bolsillos. Se prepara por si esto se alarga.
Jimena está acostumbrada a ir al límite.
Entre el ruido de los pasos que van dando y el eco del vestuario, se oye una discusión desde uno de los baños, en una hilera junto a las duchas. Se acercan, sigilosas. Jimena golpea la puerta, la discusión se interrumpe en seco.
“Ocupado”, se oye al otro lado de la puerta.
“¿Machado?”, pregunta Jimena.
“¿Jimena?”, pregunta Machado.
Machado abre la puerta: está sentada en el inodoro con un móvil entre manos.
“No se lo digas a nadie, por favor. Yo no puedo estar sin el móvil. Tengo asuntos de marketing que atender”, dice Machado.
Andrea se sube al inodoro del baño de al lado para poder grabar la conversación entre las dos.
“Pero ese no es un programa de marketing”, dice Jimena.
“No me importa lo que diga este gilipollas de Larrea. Si yo fuera entrenadora del Trueno, haría que todo el equipo juegue para ti. Como hace Chari”.
“Y saldrías segunda, detrás del gilipollas”.
“En el Lyon salimos primeras porque teníamos a Machado para definir los partidos”.
Machado sonríe como una tonta, Jimena está demasiado estresada como para entregarse a la broma, pero la disfruta asintiendo.
Al ver la solemnidad de Jimena, Machado recuerda un compromiso. “Quiero que sepas que he rechazado el bono”, sigue Machado.
Jimena busca en su bolsillo, y entre las linternas rescata un sobre. Se lo extiende.
“No, no lo quiero”, dice Machado.
“Es una postal”, dice Jimena. Abre el sobre y le enseña la foto de Pilu.
Machado la mira y sonríe.
“No le caigo bien a Pilu”.
“Es cuestión de tiempo. ¿Tú sabes pescar?”, pregunta Jimena.
“Estaba esperando que alguien me enseñara”, responde Machado.
Lo que está en juego.
Se oyen la sirena y unos pasos acercándose. Jimena se gira: las titulares están junto a las taquillas. Jimena y Machado se acercan. Andrea se coloca en el centro del círculo que forman. También llego yo, con la lengua fuera.
“Vinimos a devolverte el empujón, Capi”, dice Zaramella.
“¿Para poder cobrar el bono?”, pregunta Jimena con un tono que nunca antes le había oído. Parecido al que ha usado con Coudert al final del partido sorpresa. Es altivo y seco.
“El bono lo paga la plataforma. Es por abrir las puertas de nuestras tiendas, para que las cámaras puedan ver lo que pasa dentro”, responde Zaramella.
“Lo sabemos, tú no necesitas el dinero. Pero nosotras no podemos decir que no, ni a los bonos, ni a las renovaciones de contrato”, dice Vivas.
El resto de las titulares asienten evitando el contacto visual con Jimena y con la cámara de Andrea. Junto a Fernández hay dos cabrás montés que supongo que estarán en el vestuario refugiándose de la tormenta.
“Pero lo que está en juego es otra cosa. Si subimos a primera, podemos tener contrato todas. Salario mínimo, pero para toda la plantilla, incluso las suplentes”, dice Zaramella.
“Dejamos los otros trabajos y nos concentramos en jugar”, dice Fernández.
“A mí ya no me quedan piernas. Pero a las más chicas, les cambia la vida. Puede ser el inicio de sus carreras. De vivir del fútbol”, dice Vivas.
Jimena las mira, está visiblemente enfadada. “¿Y pensáis que esto yo no lo sé?”, pregunta Jimena a Vivas. “¿En qué planeta os pensáis que vivo yo? ¿Por qué creéis que sigo aquí, y no estoy ya en la sierra, o en casa de mi madre?”.
Del silencio que se produce en el vestuario comienza a oírse de nuevo la lluvia fuera. Otra vez la cámara de Andrea enseña los rostros de las titulares mientras procesan lo que ha dicho Jimena.
Igual es verdad que no la conocen tanto como creen. Que también ellas tienen una imagen suya en parte idealizada, en parte equivocada.
“¿La entrenadora?”, pregunta Jimena.
Vivas se hace a un lado, liberando el camino a la puerta. “Te espera en el móvil”, responde.
Jimena sale. Andrea la sigue, y yo sigo a Andrea.
La otra verdad.
Jimena atraviesa la tormenta y el campo de juego corriendo, sorteando las tiendas deshechas en el suelo y a toda velocidad. Andrea la sigue de cerca, se ha revelado como una muy buena corredora. Me van dejando atrás.
Juro que dejaré de fumar si consigo correr un poco más rápido, o al menos un poco más de tiempo, pero por algún motivo, mi juramento no funciona. Tengo que aminorar la marcha y resignarme a perderlas de vista por un rato.
Pensándolo bien, este “entrenamiento” podríamos haberlo dejado entre los sueños y las promesas sin cumplir.
La primera parte de lo que sigue y algunas escenas anteriores tuve que verlas en el archivo (desde la cámara de Andrea) para poder escribir esta entrega. Y sí, fumando a escondidas.
En la unidad móvil esperan con la puerta abierta. Jimena sube los tres peldaños de metal y sin cruzar el umbral recorre el lugar con la mirada. Andrea llega detrás y apaga su flash, porque molesta especialmente a Miguel.
El lugar queda iluminado por las luces de los monitores y las luces de la mesa. Cuesta acostumbrarse a ver, pero la atmósfera es más íntima. Con el sonido sucede igual. ¿Quizás este era el refugio que Jimena buscaba?
Atento a eso y junto a la puerta, el Presidente convida a Miguel un impermeable con los colores del club.
“Yo, de aquí no salgo”, responde Miguel a esa invitación, señalando alrededor en gesto de que este espacio le pertenece.
Jimena se lo queda mirando. El Presidente se acerca como para presentarlos, pero Jimena se adelanta.
“Miguel”, dice Jimena, saludándolo.
“Jimena”, responde Miguel, con un gesto de respeto.
“¿Se conocen?”, pregunta el Presidente.
Coudert, al otro extremo, se seca el cabello con una toalla y suspira negando, como sin poder creer lo ingenuo que es el Presidente. ¿Lo ingenua que he sido yo, también? Voss, sentada a su lado, le da una palmada en la espalda.
“¿Cuánto valen tus consejos?”, dice Jimena a Voss. “Porque yo necesito uno”, completa mientras se acerca a la ex entrenadora.
Voss se pone de pie y la mira de frente. Hay unos segundos de silencio con sus rostros enfrentados. Nadie se atreve a decir una palabra.
“Perdona”, dice Voss mirando la puerta.
Jimena la mira a los ojos, confundida, porque el tono es ambiguo. No sabe si el ‘perdona’ es un ‘lo siento’ o un ‘¿te importaría?’. Al ver su rostro severo, se inclina por lo segundo: le abre paso.
Voss camina hacia la puerta y abre un paraguas con el escudo del Trueno. Se gira hacia Jimena. “¿Tú qué sabes de mi vida?”, dice Voss. Luego sale sin esperar una respuesta.
El Presidente se acerca a Jimena haciendo con las manos la escena de que lamenta lo ocurrido. “Si le hemos dado algo, fue por las molestias. Y porque le viene bien. ¿Sabes que está arruinada, no es cierto?”
Jimena se cruza de brazos. Y recién aquí llego yo, aferrándome a la barandilla y a todo lo que encuentro alrededor. Y lo primero que hago es hacerle señas al Realizador para que salga de allí.
El Realizador mira a su dueño, Miguel, como pidiendo instrucciones.
“¿Está grabando?”, pregunta Miguel.
El Realizador dice que sí. Miguel le señala la puerta y el Realizador sale.
Miguel no hace esto por mí, lo hace por mantener lo que ha pasado en la mayor confidencialidad posible y poder editarlo a gusto.
¡Toma, Miguel! Aquí lo tienes, con detalle y bien confidencial.
Para seguir creciendo.
El Presidente toma una carpeta color madera que yace sobre la mesa de mezcla y se la enseña a Jimena.
“Este es el contrato que hemos firmado con la plataforma. Por la cobertura del evento y de los de los partidos que juguemos aquí. Es casi lo mismo que cobrabas en el Lyon. Y si sigues, es para ti”.
El Presidente deja la carpeta sobre la mesa.
“Y para que las socias puedan ver a su ídola ganar una copa también con nuestra cami---.
“¿Puedes parar con la copa?”, interrumpe Coudert con la voz grave.
El Presidente se lleva las manos a la cintura y se queda duro. Camina hacia atrás, hacia la puerta. “¿Pero a ti qué te pasa?”. ¿Cómo me vas a hablar así? A mí se me respeta”.
Andrea aprovecha para hacerse paso entre los demás. Queda frente a Jimena y Coudert. La luz es un poco tenue pero la imagen de la cámara es preciosa.
Las piernas de Jimena tiemblan, Coudert la ayuda a sentarse donde antes estaba Voss. Se acuclilla frente a ella.
“No voy a poder”, confiesa Jimena a Coudert entre dientes.
Coudert pone una mano sobre las rodillas de Jimena para calmar el temblor. Con la otra mano aleja un poco a Andrea, que estaba demasiado cerca.
“Ascender con esta plantilla es delirante”, dice Coudert al Presidente. “Esto no es el Lyon. Las chicas no dan abasto. No pueden acompañar. Tienen otros trabajos, tienen familias que sostener. Llegan cansadas a los partidos”.
Jimena suspira como si hubiera sido ella quien acaba de soltar esa verdad.
“Necesitamos jugadoras profesionales. Al cien por ciento. Y el compromiso por pagarles tiene que venir del club antes de que el equipo ascienda a primera, no después”, sigue Coudert, ahora mirando alrededor.
“‘Eso’ es delirante”, responde el Presidente.
“Para otro club, igual sí. Pero el Trueno tiene a Jimena”, dice Coudert, y se pone en pie. Ahora toma la carpeta color madera. “Con ese contrato”, dice Coudert alzando la carpeta, hablando también a los demás, “y los otros ingresos que genera Jimena, podemos conseguirlo”.
El Presidente levanta los hombros. “Hay que ver los números”, dice.
“Cierran. Yo también estuve reunida con Osorio”, dice Coudert.
Miguel, a su lado, mira al Presidente y sonríe como sabiendo que alcanza.
“Es que también hay una ampliación de las tribunas que ya está planificada”, dice el Presidente, resistiéndose a la idea de Coudert. “Este campo de juego es muy pequeño”.
“¡Más adelante!”, dice Coudert. “Mientras tanto, cuando necesitemos más gradas, nos vamos al de la sección masculina, como ya hemos hecho”.
“Yo no necesito cobrar”, dice Jimena, abrazando la idea.
Coudert le coge una mano, se pone otra vez en cuclillas frente a ella.
Si la parábola fuera la de una hija pródiga y una madre valiente y cariñosa, podría encajar un poco mejor.
“Lo sabemos. Tú lo que necesitas es ganar, pero no siempre se puede ganar en un club como el nuestro. Yo quiero que te quedes para jugar. Para seguir inspirándonos, para ayudarnos a seguir creciendo”, dice Coudert.
Y sigue. “Será muy difícil. Tendrás que cambiar la mentalidad que has tenido toda tu vida, la que te ha llevado tan alto. Pero será precioso, porque quizás no dejamos una copa en el club, pero seguro que dejaremos un legado para que algún día el Trueno gane copas en segunda y también en primera”.
Luego coge su carpeta roja con el contrato de renovación, ese del que tanto me he burlado, y se lo extiende a Jimena.
“Te necesitamos, y ya sabes para qué. Ahora la decisión es tuya”.
En este punto, aún no sé cómo se resolverá la situación de Jimena con el Trueno, pero los ojos de Coudert, su voz, su cuerpo entero, parecen haber encontrado la calma y la vitalidad que tanto buscaban.
Esta noche, mientras transcribía esto, he descubierto que esta historia es la fábula de mi nueva religión. Y la diosa es Coudert, que además de ser misericordiosa, es justa y rigurosa.
Almendra Bernal.