Un podio muy pequeño
El mayor logro deportivo de la selección de fútbol femenino ha cambiado la historia del deporte y la vida de sus jugadoras, pero no la realidad de la mayoría de las futbolistas.
La historia del fútbol femenino en España ha cambiado desde que la selección se hiciera con la copa del mundo en 2023. Es evidente. También ha cambiado lo que se piensa y lo que se dice sobre el futfem, sobre todo en la prensa.
En las calles, entre la gente, el reconocimiento de esta proeza y de este cambio crece con el tiempo, aunque aún no se hayan disipado los escándalos de los dirigentes de la Federación que tiñen las noticias vinculadas al deporte.
Muchos equipos de primera división han podido aprovechar este momento. Y casi todas las últimas campeonas siguen en la élite del fútbol. Sus salarios continúan lejos de los futbolistas hombres con los mismos logros, pero algunas de ellas han podido mejorar sus condiciones.
Hay algo más que para mí es tan importante como todo lo anterior. Las historias personales de estas campeonas darán para varios libros y películas con relatos de superación y final feliz. Algunos ya van apareciendo.
Seguidores o no del fútbol femenino, nadie se resiste a los relatos triunfales. Para los adultos, son un alivio. Una tregua con las luchas de la vida cotidiana. Para los más pequeños, una inspiración. Un camino a seguir.
Pero hay una salvedad importante: las historias que nos contaremos sobre fútbol femenino no reflejan la realidad de la mayoría de las futbolistas del país, sino las de un número muy pequeño de privilegiadas.
Tan pequeño, que esos relatos, más allá de generar ilusión o frustración, resultarán una mera fantasía para la mayoría de lectoras o espectadoras.
Las que no suben al podio.
El 22 de agosto de 2023, dos días después de que la selección femenina levantara la copa del mundo, la Federación Española tenía censadas a 84.658 jugadoras. Y aquí está el dato que debería preocuparnos. Solo cuatrocientas futbolistas son profesionales. El 0,47%.
La mayoría pone dinero de sus bolsillos.
Aún no tenemos nuevos datos. Cabe preguntarse si esos números se mantienen. Pero sobran los testimonios de mujeres futbolistas que tienen que pagarse los gastos, los viajes, e incluso la cuota del club para poder jugar. A veces también la indumentaria con la que juegan, no solo las botas.
Esto sucede a día de hoy en el país con el mejor equipo del mundo. El 99,53% de las jugadoras no puede vivir del fútbol. Y si nada cambia, las niñas que sueñan con ser estrellas del futfem sufrirán también esa realidad.
Un problema estructural.
No es falta de esfuerzo, talento o determinación. En el fútbol femenino hay un problema estructural: solo los 16 equipos de primera división son profesionales. (En el fútbol masculino son profesionales los equipos de primera, de segunda y segunda B: más de 100 equipos y 2400 jugadores).
Quitando esos 16 afortunados, el resto de los equipos de futbol femenino, de segunda hacia abajo, no luchan por ganar sino por sobrevivir. Solo algún que otro milagro les da la posibilidad de ser competitivos.
El regreso
El último de esos milagros ha comenzado a gestarse precisamente durante el mundial. Una de las jugadoras de la selección y un club de segunda división hacían arreglos para agregar un último capítulo a la historia que comparten.
A pesar de que es poco probable que la historia de Jimena y el Trueno se repita, para mí tiene el valor de ser más realista que una historia triunfal. Comienza en lo más alto del deporte, pero es un viaje a la intimidad de un club pequeño, como la mayoría, con jugadoras amateur, como la mayoría.
Además, es una historia de contrastes. Una estrella del futbol femenino y las futbolistas que no salen en los periódicos porque no ganan mundiales.
15 de agosto de 2023.
España vence a Suecia por 2 a 1 en Auckland.
Jimena Hermida vive el partido desde el banquillo y en silencio, y siente dos de sus más grandes ilusiones cada vez más cerca: ganar un mundial con la Roja y regresar al Trueno para retirarse del fútbol rodeada de su gente.
Horas más tarde, en una cafetería de Carabanchel, el flamante Presidente del Trueno se pone de pie junto a la barra, se abrocha el saco y se hace una selfie con el contrato entre el club y Jimena. Se la envía junto a un texto:
“Me ha ganado la ansiedad. Ahora solo falta tu firma”.
A más de 17 mil kilómetros, en su habitación en Nueva Zelanda, Jimena está en videollamada con su madre mientras hace las maletas: al día siguiente viajan a Sídney para prepararse para la final.
Una notificación interrumpe la videollamada. Jimena abre el WhatsApp del Presidente y confirma que al menos una de sus dos ilusiones se hará realidad.
Jimena queda muda. Se sienta en la cama. Su madre aún no sabe si son buenas o malas noticias, hasta que la ve llorar y sonreír al mismo tiempo.
20 de agosto de 2023.
España vence a Inglaterra por 1 a 0 en Sídney.
En solo 5 días, la otra gran ilusión de Jimena también se hace realidad. Una sensación difícil de imaginar. Sabe por experiencia que debe ser cautelosa.
Luego del silbato final, de los festejos, la entrega de medallas, el beso, el podio, y de cantar en el vestuario, regresa a Madrid con sus compañeras.
Sigue sin contarle a nadie lo del Trueno. No sabe cómo reaccionarán. Algunas de sus compañeras piensan que Jimena aún no está para retirarse, o que tiene que regresar a España pero para jugar en un club importante.
Se escapa temprano de la celebración en Príncipe Pío y se toma un taxi a casa de su madre. Junto a la puerta, la espera el Presidente del Trueno con el sobre del contrato. Le da la mano y la felicita. Jimena lo hace pasar.
Se paran en torno a la mesa de la cocina, ninguno quiere sentarse. El Presidente deja el sobre en la mesa y Jimena le pide un boli para firmar. El Presidente no ha traído, o lo ha dejado en el coche. Se siente un inútil.
La madre de Jimena oye los ruidos y baja las escaleras con los botones del pijama abierto por el calor. Descubre al Presidente en la cocina.
“Esto se avisa, hija”, dice la madre abrochándose el pijama.
“Mamá, ¿tienes un boli a mano?”
La madre tampoco encuentra bolis alrededor.
“Es que ahora todo lo apuntamos con el móvil”, se disculpa con el Presidente.
Jimena sube veloz a su antigua habitación, que dejó a los 17 años, pero que sigue intacta. A la que ha vuelto tantas veces estos años para descansar entre torneos, para distanciarse de todo y pensar con claridad.
Coge un viejo boli con el escudo del Trueno y se sienta al escritorio con el contrato. Garabatea en el sobre hasta que lo hace funcionar. Su madre entra al cuarto, el Presidente detrás.
“¿Has encontrado?”, pregunta el Presidente.
Jimena le enseña el viejo boli con el escudo del club.
“Pero no va”.
“Tengo el mismo en el coche. Lo traigo”.
“Dejemos la firma para el día del anuncio oficial”, responde Jimena.
El Presidente se toma las caderas. Le dice que en todo caso, puede pasar mañana temprano a por el contrato firmado, y luego en la rueda de prensa ya firman un papel simbólico.
Jimena se niega: “Mejor hablemos mañana”.
El Presidente parece tragar un cuchillo. “Mañana te llamo”, responde. Asiente y sale. La madre de Jimena lo acompaña hasta la puerta.
No es que a Jimena le hayan entrado dudas. Es que se ha dado cuenta de que ha estado cargando en silencio y por mucho tiempo con una mezcla de sensaciones que no sabe explicar, y quiere entenderlas antes de seguir.
No quiere compararse, pero le es inevitable. Todas sus compañeras de selección irán por otro camino. El camino de la grandeza. Clubes con dinero, cómodos, exigentes, competitivos. Pero Jimena tiene que escoger el corazón.
Nunca le ha importado que la señalen. Está acostumbrada a ser diferente y a pagar las consecuencias. Por no tener representante casi se queda fuera del Lyon. Por responder a los dirigentes acabó atornillada al banquillo de la Roja.
Si ya sabe todo esto, ¿qué es lo que la tiene confundida? Quizás se siente así porque ha intentado volver alegre la tristeza de abandonar el fútbol. Celebrar el entierro de su pasión. Y este contrato es la sentencia que posterga.
Jimena tiene la sabiduría y el tesón de poner fecha a su muerte futbolística, pero está tan acostumbrada a ir al límite que su cuerpo se resiste a abandonar antes de haberlo dado todo.
Se mira al espejo, aún con la equipación de la Roja y el boli del Trueno. En esa habitación, rodeada de los posters de Ronaldo (el brasileño), de las fotos con las inferiores de la selección, se siente de nuevo una niña. Una niña que ha hecho realidad todos sus sueños, y ahora les prepara un funeral de un año entero.
Luego del regreso al Trueno, poco camino le quedará en otros clubes si acaso cambia de parecer y quiere seguir jugando. A no ser que consigan un título, cosa que resulta difícil de imaginar viendo los resultados del equipo los últimos años.
De pronto, Jimena tiene un nuevo sueño.
Un sueño casi imposible, como le gustan a ella.
Quién iba a decirle que acabaría atrapada en él.
Almendra Bernal.