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7 de mayo de 2024, al acabar el entrenamiento.
Ciudad deportiva de Carabanchel.
Las jugadoras del Trueno empiezan a descubrir el evento que el Presidente y la Entrenadora han preparado para Jimena y el resto del equipo, incluso las suplentes. Soy la única miembro de la prensa cubriéndolo.
Me parece mentira que las jugadoras se hayan convencido de participar en esto. Supongo que si yo misma no estuviera implicada, saldando una deuda pendiente con el Presidente, me parecería mentira mi propia participación.
Pero lo ha hecho ver como una oportunidad para mí: “Ya sé cómo devolverle el favor”, me ha escrito al WhatsApp. Y en parte lo es, o puede llegar a serlo si aprendo el juego. Me gustaría entender qué saca él teniéndome aquí.
Sé que la exclusividad no va a durar. Diario Semanal es un periódico pequeño, y no será difícil que aparezca un medio con una mejor oferta. Pero a mí lo que me interesa es la convivencia con este grupo de mujeres. Y poder compartirla.
El fútbol no es lo mío. No entiendo qué le ven. Lo que entiendo perfectamente es la causa del Trueno femenino. Y ahora pienso que ha de ser esa causa el motivo por el cual jugadoras y aficionadas del club son parte de este soborno.
Lo cierto es que la sensación de que la liga ha terminado va quedando detrás. Ahora se impone otra sensación: la de algo nuevo comenzando. Y a pesar de que la herida de la liga sigue abierta, el placer de la pausa va ganando lugar.
El spa.
El sonido de las burbujas se confunde con el ruido del generador eléctrico que alimenta el hidromasaje. Es toda una artesanía: está montado sobre un andamio en lo más alto de la tribuna, simula una terraza con vistas a la ciudad.
Yo estoy a un lado, tomando notas en una butaca, y puedo ver cómo el sol se pone justo detrás de las jugadoras, amontonadas dentro del hidromasaje, más y más entregadas a las risas a cada nueva copa de cava.
Dos hombres de entre 20 y 30 años suben y bajan las escaleras de trepar con una botella de cava, asegurándose de que las copas nunca estén vacías. Sí, trepan las escaleras con una sola mano.
Nunca antes he visto a estos dos hombres. Entiendo que son del cuerpo técnico porque también van con ropa del club, y si fueran jugadores, no estarían aquí.
Pilu recibe una copa de uno de estos hombres. “¿Y tu copa, Carlos? Te hacemos sitio”, dice Pilu.
Carlos baja la mirada y las escaleras; Jimena ríe.
“¿Lo estás pasando bien?”, pregunta Pilu a Jimena.
“Muy bien. Lo único: espero que esto no se venga abajo”, dice Jimena.
“Está todo bien montado”, responde Pilu con seguridad.
Al otro lado del hidromasaje, justo frente a Jimena, está Zaramella, que sigue la conversación a pesar del ruido del generador, de las burbujas y de las risas.
“¿Se parece a las terrazas de tus hoteles, o no?”, pregunta Zaramella, levantando un poco la voz para ser oída.
“Mejor. Aquí estoy con vosotras”, responde Jimena.
Zaramella pierde la sonrisa. No sabe si tomárselo como un halago o un insulto.
“Capi, yo puedo ir a visitarte cuando quieras”, dice Vivas, sentada al lado de Zaramella y ya con un par de copas encima.
“Si en algún momento me vuelven a hospedar allí, lo arreglamos”, responde Jimena.
“En serio. Podría acostumbrarme a este estilo de vida”, dice Vivas, que deja su copa a un lado y mira a Jimena seriamente. “¿Tú cuánto has tardado en acostumbrarte a estos lujos? Porque antes, eras una... Como nosotras”.
“Yo soy una de vosotras”, dice Jimena.
Vivas la mira en silencio y sonríe por un solo lado.
El resto de las jugadoras se giran hacia una escalera: aparece el Presidente.
“¡Buenas tardes! ¿Qué tal, chicas? ¿Qué tal lo estáis pasando?”
Algunas asienten, otras se sumergen un poco para esconder el cuerpo bajo el agua. Jimena no puede mirarlo a los ojos.
El Presidente saca el móvil del bolsillo interno de su saco y se acomoda como para hacerse una selfie con las jugadoras a su espalda, pero al ver que algunas cubren sus rostros, aborta.
“Buen cava, eh. El mejor”, dice el Presidente esperando que Jimena lo mire, pero no lo mira.
“Jimena: esto, sobre todo, es en tu honor”, insiste el Presidente.
Jimena asiente mirando cómo su propia copa se sumerge en el agua.
“¿Hacemos un brindis?”, propone el Presidente, esta vez hablando a todas.
Fernández levanta su copa para celebrar; el Presidente la coge como si se la hubiera convidado.
Con la copa en el aire: “por Jimena, para que se ilumine en estas vacaciones y pueda tomar con justicia la mejor decisión. Y por el Trueno, para que la próxima copa que levantemos, sea la de la liga. ¡Salud!”
Las jugadoras también beben. Arias se pone en pie.
“¿Ya me puedo ir?”, pregunta Arias con esa voz voluminosa. Mira al Presidente.
Pilu también se pone en pie y le pone una mano en el hombro. “¿A dónde vas a estar mejor que aquí? Celebrando con nosotras. Junto a Jimena”, dice Pilu.
“¿No te gusta el hidro?”, pregunta Jimena.
“Sí. Me gusta el hidro. Me gustan los masajes. Me gusta el bingo. ¡Todo me gusta! Estoy feliz de estar aquí”, responde Arias, descargándose.
“Si te gustan los masajes, ¿por qué no vienes con nosotros?”, responde Coudert desde la otra escalera de trepar. Arias y el resto de las jugadoras se giran a verla: los dos hombres están detrás de Coudert con toallas al cuello.
“Sí, por qué no vas a hacerte unos masajes, así te relajas un poco”, dice Pilu.
Coudert da una orden y los dos hombres se acercan a Arias. Arias se entrega, pero no deja que la toquen. Bajan las escaleras de trepar. “¿Pero qué es esto?”
“Entrenadora, a mí esto me parece más un premio que un castigo”, dice el Presidente.
“No sabe la tortura que le espera”, responde Coudert.
“¡Yo también quiero un secuestro como esos!”, dice Pilu mirando a Jimena.
“¡Hay para todas!”, responde Coudert.
Pilu celebra la noticia, Jimena vuelve a sonreír.
En este punto, la luz del día oscurece de pronto. Jimena mira al cielo y sus compañeras también. Una nube negra tapa el sol.
“No te preocupes, que no lloverá. Hasta el clima tenemos bajo control”, dice el Presidente, orgulloso de su ocurrencia. Como no sonríe nadie más que él, comienza a repartir otras tarjetitas.
Un viento fuerte mueve los cabellos de las jugadoras, que vuelven a mirar el cielo. Fernández imita el sonido del viento con la boca, como si pudiera conversar con él. Algunas tarjetitas salen volando.
El bingo.
Las jugadoras ya están sentadas a varias mesas, todas de cara a un pequeño escenario montado en un descanso de las gradas, debajo del hidromasaje. Con el cava se han aflojado las tensiones y me han incorporado al bingo.
Voy descubriendo los límites de mi papel en el evento. Coudert ya ha impedido dos veces que me acerque a Jimena, y desde entonces tengo a una aficionada sentada a cada lado: María y Verónica, que ya no me soportan.
También ha llegado Andrea, la fotógrafa que me ha enviado el Diario, pero el Presidente me ha dicho que las jugadoras no quieren fotos. Hemos arreglado hacer fotos sin rostros ni nada reconocible, para poder ilustrar las crónicas.
Estoy aquí dentro porque tengo como objetivo personal resolver el misterio de Jimena, pero a cada momento en que observo a Coudert me pregunto si toda esta columna no tendría que estar en realidad dedicada a ella.
Se comporta como una madre con todas las jugadoras. Una hermana mayor, quizás, por la poca diferencia de edad. Especialmente con Jimena. La trata como a una hija pródiga de regreso en casa.
En la parábola del hijo pródigo, ¿no es el padre el verdadero protagonista? Recibe a su hijo de regreso en casa como si todos los hechos y sentimientos que los han separado se saldaran al tenerlo cerca otra vez.
QUÉDATE no va de misericordia, pero en los ojos de Coudert, tan expresivos, se nota el alivio que siente por volver a estar cerca de Jimena. Por poder cuidarla, o repararla, como hace ahora. Un alivio duradero y muy parecido al placer.
Me pregunto cuán difícil será para Coudert, en el goce de ese agradecimiento, entender que para el Presidente - y para algunas jugadoras y aficionadas - todo lo que ha sucedido y está sucediendo con Jimena no es suficiente.
Para ella es la gloria, y para ellos no alcanza. Con todo, es ella la encargada de pedir más agua de esa cascada, aún sin sentir sed.
Por los altavoces del estadio se oye música rollo Phill Collins. Coudert está a espaldas de Jimena, llena su copa de cava jugando a que no se dé cuenta.
Jimena está rodeada de premios: merchandising del Trueno con moños de regalo. Pide a Coudert que pare de llenar su copa porque no puede más.
Sobre el escenario, entre guirnaldas, Machado hace girar un bombo de lotería y el Presidente canta los números.
El Presidente lee una bola: “No sé si es un 6 o un 9”, dice.
Coudert espía el cartón de Jimena y le hace señas al Presidente.
“¿Seis?”, pregunta el Presidente.
Coudert niega con la cabeza, fastidiosa.
“No, no. ¡Es un nueve!”, corrige el Presidente.
Jimena se gira para ver a Coudert. “Yo tengo el nueve”, dice Jimena, feliz.
“¡Otro bingo para Jimena!”, celebra Coudert. Aplaude y asiente con una sonrisa; mira al resto de las jugadoras a ver si acompañan la celebración. Pero no, las jugadoras no acompañan la celebración.
Machado le acerca a Jimena el último premio: una botella de cava de 1,5 litros con un moño rojo. “La suerte está contigo esta noche”, dice Machado.
Jimena se pone de pie con ayuda de las manos. Disfruta de un plan que se le acaba de ocurrir. "Bueno, este premio quisiera compartirlo con todo el equipo", dice Jimena abriendo la botella.
Las jugadoras se ilusionan, buscan sus vasos, se acercan. Incluso Andrea y yo nos acercamos. Y conmigo, obviamente, María y Verónica. Tengo que frenar el instinto de Andrea de querer hacer una foto del momento.
Jimena agita la botella y nos rocía a todas con cava. Es otra costumbre de algunos deportistas, según he investigado. El resultado es un asco, pero alivia el calor. Vivas y Zaramella la miran con odio, pero en silencio.
“¡Claro que sí!”, dice Vivas, sarcástica.
“Estás toda mojada”, le dice Zaramella, sonriendo.
“Tú también”, responde Vivas, sin entender la observación.
Zaramella toca el pelo de Vivas, luego se chupa los dedos.
“Te queda bien el cava”, dice Zaramella.
Vivas sonríe y se sonroja sin poder creerlo. Cuando Zaramella se aparta, se huele el pelo. No puedo ver si también se lo chupa.
Arias parece dormir con los ojos abiertos: tiene la mirada clavada en Jimena. Jimena lo advierte. Sirve un vaso con el cava que queda y se lo extiende. Arias la mira sin mover un músculo. Jimena lo deja sobre la mesa, frente a ella.
Coudert toma el megáfono, aún con el moño, y con todo entusiasmo aprieta el gatillo y pregunta: “¿queréis ir a ver dónde están vuestras cosas?”
El megáfono no tiene baterías, pero Coudert ha gritado tan fuerte que se la ha oído igualmente. Hay quejas, reclamos.
Arias se pone en pie como puede. “Primero hay que hacerle la pregunta”, dice mirando a Pilu en tono amenazante.
“Vale, vale. Hay una pregunta que hacerte, Jimena”, dice Pilu acercándose.
Se sientan una junto a la otra, con Chari delante. Pilu se desinfla en un suspiro, se prepara para atravesar lo que sigue. Jimena sonríe, parece que ella también comienza a dejar la liga y las preocupaciones detrás.
Al ver así a Pilu, en un acto reflejo, Jimena le pone una mano sobre una pierna, como si fuera su copiloto en un coche por la ruta, en un viaje a la sierra que ya han comenzado.
“¿Ahora?”, pregunta Coudert a Pilu.
“¿Cuándo, si no?”, responde Pilu.
“No sé si es el momento”, dice Coudert, incómoda.
“Por supuesto que es el momento. ¿No querías que me ocupara yo?”, pregunta Pilu, algo más enérgica ahora.
“No, bueno. Si quieres”, dice Coudert, refiriéndose a Pilu pero mirando a Jimena.
Pilu mira a Coudert como si estuviera perdonándole la vida. Luego se gira: “Jimena, si tuvieras que escoger, digamos, hipotéticamente… ¿Con qué jugadoras del club te gustaría pasar unas buenas vacaciones?”
Jimena mira alrededor y sonríe: las jugadoras se desentienden, fingen estar ocupadas en sus cosas.
“¿Unas buenas vacaciones?”, pregunta Jimena ahora en voz alta, para que oigan todas.
Las jugadoras se dan por aludidas.
“Con todas. ¡Somos una familia!”, remata Jimena.
Las jugadoras parecen obligadas a retribuir la sonrisa, pero muchas de ellas acaban de morir por dentro y no pueden disimularlo.
Oigo un golpe fuerte al otro lado. Jimena también se gira para ver: Arias, de pie, tiene la frente apoyada sobre la mesa.
“No era esa la pregunta”, dice Arias apretando los dientes. Cuando habla Arias vibran todas las mesas.
Pilu le resta importancia con un gesto. “Ya está. Llévatela”, dice Pilu a Coudert.
Coudert coge los premios de Jimena disimulando las prisas.
“¿Me acompañas?”, pregunta Coudert a Jimena señalando las escaleras.
“¿Adónde?”, pregunta Jimena.
“Ya verás”, responde Coudert con una sonrisa impuesta.
Ambas bajan las escaleras. Jimena se gira para saludar a Pilu y luego se toma de la barandilla para no perder el equilibrio.
De fondo, debajo, se ven unas luces de linterna moverse en el campo de juego, que ha quedado en total oscuridad.
No sé si quedarme o seguirlas. Pero María y Verónica deciden por mí: “tú de momento te quedas aquí”, me dice Verónica con una mano en mi hombro.
Fernández corta la música, El Presidente junta sus cosas y sale. No sé dónde irá, pero se dirige fuera del estadio.
Arias se sienta como cayendo.
“¿Pero qué dices, tú?”, pregunta Pilu.
“No. Era. Esa. La pregunta”, dice Arias.
“Claro que sí”, responde Pilu.
“Está mal formulada”, insiste Arias.
“La respuesta es ‘con todas’, Arias”, aclara Pilu, terminante.
Coudert regresa subiendo las escaleras corriendo.
“¿Tú no vienes?”, pregunta Coudert mirando a Pilu con un hilo de voz muy agudo. No sé si este cambio en la voz es por las prisas o porque siente que las cosas se le van de las manos.
“No seas pesada, Chari. Haz algo tú también, ¿no?”, dice Pilu.
Las jugadoras salen en su defensa.
“¡Epa!”, suelta Zaramella, alarmada.
“Oye. Tranquila, eh”, advierte Vivas.
“Pues, sí. Esto le corresponde”, dice Pilu.
Machado se ofrece a cubrir a Coudert, pero Pilu también la frena. ”Tú no te metas”. Vuelve a mirar a Coudert: “esto te corresponde a ti, Chari.
La entrenadora asiente, convenciéndose a sí misma.
“Pregúntaselo y sonríe, y luego te quedas callada. Ya verás que dice que sí. Con el pedo que lleva...”, dice Pilu.
Coudert suelta un suspiro para cortar los nervios y baja las escaleras otra vez corriendo. En medio, se gira para decirme - ya con su voz normal: “tú sí, ven”. Luego sigue bajando.
Verónica, la aficionada, me suelta el hombro, pero no atino a moverme. Andrea me mira, como preguntándome con la mirada si estoy bien.
¿Coudert me está pidiendo ayuda o me está ayudando a cubrir el evento? ¿Van a volver a meterme en problemas como ha pasado en la rueda de prensa? Si es por mí, podría bajar y ser una simple espectadora.
Quizás pienso en todo esto porque no me atrevo a estar a solas con esos dos personajes. Quizás tengo miedo de resolver el misterio de Jimena demasiado pronto. O de que Coudert quiera usarme para confrontar a Jimena.
Almendra Bernal